LA CRISIS DE LA FE EN LA JUVENTUD

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Antes de recorrer los tipos fundamentales de incredulidad, creo que es muy conveniente, para que nos los podamos explicar, el decir algo sobre cómo vienen preparados desde dentro de la personalidad del hombre.
Decíamos, al empezar este trabajo, que es en la juventud donde de ordinario se produce la crisis de la fe. Algunos la superan; otros, quizás la mayor parte, sucumben más o menos totalmente en ella. No quiero decir que esa pérdida de la fe sea exclusiva de la juventud, puede serlo también de la edad madura; pero lo que sí quiero decir es que el advenimiento de la adolescencia y juventud crea una crisis más o menos profunda en la fe de todo hombre.
Era de esperar: la vida de la fe está profundamente implicada con toda nuestra vida sicológica, nuestras actitudes fundamentales ante la existencia, nuestra visión del mundo y de la vida, y al llegar a la adolescencia se produce un sismo profundo de la personalidad, que la va a sacudir totalmente y derrumbar muchas de sus estructuras y actitudes, mientras un nuevo impulso vital creará nuevas estructuras sobre los escombros de las viejas: toda esa conmoción está anunciando el nacimiento de un nuevo hombre.
Por eso, no podemos comprender esta crisis de la fe, si no comprendemos y analizamos, aunque sea brevemente, esta crisis de la personalidad y al joven le ayudará mucho también este análisis para percatarse de las fuerzas a las que está sometido en esta etapa de su vida y poderlas identificar y explicarse la razón de muchas de sus actitudes religiosas, que no son sino la proyección o transposición al plano religioso quizás de conflictos con sus padres o de otros traumas recibidos. Por eso, voy a exponer rápidamente algunas de las fuerzas fundamentales que operan en esta etapa de la existencia.

Doble explosión de ser: La juventud del hombre podemos describirla como un estallido del ser: de ser físico y de ser síquico. Para mejor comprender este estallido, es preciso mirar al hombre en una perspectiva dinámica. El fin del crecimiento y desarrollo del hombre es el de construir un nuevo ser independiente, libre y autónomo; un nuevo yo, distinto y original, capaz de hacer sus propias decisiones e integrarse con los otros ¨yos¨ que pueblan la tierra, para formar la comunidad humana en sus diversos niveles: personal, familiar, social, político. Hasta ahora el niño era sólo un proyecto del hombre. Y ese proyecto se va a realizar sobre todo en la adolescencia y juventud.

Y primeramente tenemos un reventón de ser físico. Este ser físico del hombre ha venido independizándose lentamente de los padres: primero es una vida parásita en el vientre de la madre, una vida en simbiosis con la de la madre; vive de la madre y en la madre. Al nacer ese organismo empieza una vida física autónoma, empieza a vivir por sí mismo y deja de vivir en la madre, pero sigue viviendo de la madre y un nuevo ser del que empieza también a depender, el padre. Porque para vivir en sí mismo necesita los cuidados de sus padres, sólo puede encargarse de sí mismo. Pero esto no es todavía la plenitud del ser físico; un ser es plenamente, no solamente cuando es, sino cuando puede hacer ser. El ser es un principio de hacer, y cuando llega la plenitud del ser, llega también la plenitud de su hacer, que es hacer otros seres iguales a sí mismo.

Cuando el hombre va llegando a esta plenitud de ser biológico, una fuerza violenta, agresiva, invasora se apodera de todo su ser. Una serie de glándulas descargan sobre su torrente circulatorio unas hormonas, que acaban por inundar y colorear todo su ser físico y aun síquico. Todo el hombre se sexualiza en un grado más o menos intenso. Al llegar a la adolescencia, sobre todo en los varones, el sexo y todo lo relacionado con él, adquiere en muchos de ellos caracteres obsesivos. Es l época de las tentaciones violentas, las fantasías lúbricas, las satisfacciones sexuales sobre todo solitarias, a las que se puede decir que los jóvenes, en una inmensa mayoría en grado mayor o menor, sucumben. La atracción del sexo opuesta se hace casi irresistible.

Junto a esta explosión de ser físico, ocurre otra explosión de ser síquico, más o menos paralela. Lo mismo que el organismo físico del hombre, su organismo síquico empezó por ser un feto en el vientre sicológico de los padres. En ese útero formado por la sicología de los padres, empieza a desarrollarse la personalidad del niño, al principio en una perfecta simbiosis.

Los padres piensan por él, quieren por él, deciden por él. Mediante esta simbiosis van absorbiendo de los padres las ideas, los valores, las actitudes, los sentimientos, de una manera más o menos inconsciente por identificación, imitación o contagio, que combinándose y reaccionando con su temperamento propio y característico van formando su propia personalidad.
Y como al feto físico, cuando ya está formado, le llega la hora de desprenderse de la madre, de independizarse de ella, de vivir su vida independiente y autónoma, es decir, de nacer, lo mismo le sucede a este organismo síquico; cuando ya está formado al llegar la hora de nacer, de independizarse, de ser él. Y nace del hombre. Desde luego que este nacimiento no es instantáneo: es más bien un proceso de nacer sin que en un momento determinado se pueda decir: ya nació. Y es precisamente este proceso de nacimiento del hombre que dura más o menos tiempo, el que va acompañado también de una etapa sicológica de transición, y que va a tener una influencia decisiva para bien o para mal en el resto de la vida del hombre. Es lo que pudiéramos llamar sicología de la adolescencia, de la que voy a decir algo por la influencia decisiva que va a tener en crear actitudes religiosas del hombre. No tanto trato de hacer un análisis exhaustivo cuanto fijarme en aquellas características, que más van a influir en la fijación de la personalidad religiosa del hombre.

Ansia de ser individual y social: Decíamos que la adolescencia y juventud se caracterizaba por ser una explosión de ser: de ser físico y de ser síquico. Ya esto nos da la primera de sus características: una euforia exuberante de vivir y de vivir a plenitud; un ansia de ser físico y de ser síquico.
Y primero de ser físico. De ahí su atracción por los deportes: quiere ejercitar su cuerpo, quiere usarle, ponerle a prueba, exigirle su capacidad. Y de ahí también su fascinación por lo peligroso, la aventura; le atrae el riesgo. El límite de la vida es la muerte y el joven quiere vivir esa vida hasta el límite, desde donde se le puede ver la cara a la muerte. No es que le atraiga la muerte, le atrae la vida; quiere también vivir la vida de frontera, aunque esa frontera sea con la muerte.
Y como la plenitud del ser físico, un ansia fuerte de gozar, de usar los sentidos y experimentar el placer que proporcionan esos sentidos. Especialmente el placer sexual; es un la adolescencia donde de ordinario el instinto sexual alcanza su nivel más alto, cuando es más violento, más compulsivo. De ahí también ese querer alargar sus sentidos, potencializados al máximo por medio de las drogas. Y le atrae también lo prohibido, porque esto también entra en la zona misteriosa del ser.
Y quiere también ser síquicamente: realizarse plenamente. Ser aceptado socialmente, aceptado por el grupo; ser alguien con quien se cuenta, quiere destacarse, no quiere ser un miembro anónimo del grupo. Por eso hace a veces cosas que él de por sí no haría; le hace ser inauténtico, pero necesita el aplauso de los demás. Le aterra ser un don nadie, pasar desapercibido. En una palabra, quiere ser y al ser se le conoce por lo que hace.

Rebeldía y sumisión: Junto a esto se dan dos características que parecen contradictorias entre sí. Por una parte, esa ansia de independencia de que hemos hablado; no acepta que nadie le dicte lo que tiene que pensar o lo que tiene que hacer. Este deseo de independencia le lleva con frecuencia a la rebeldía contra todo lo que sea autoridad, las normas, las estructuras, el establecimiento. Es un inconforme.
Y por otra parte, también es un conformista; tiene una dependencia enorme del grupo. Le preocupa la opinión del grupo, acepta las ideas del grupo, hace lo que el grupo hace. Acepta lo que acepta el grupo y se rebela contra lo que se rebela el grupo, pero no se atreve a rebelarse contra el grupo. Es tremendamente gregario y el grupo puede manejarlo fácilmente: en realidad apenas tiene personalidad propia, está absorbida en gran parte por la personalidad del grupo. Esto no lo quiere aceptar, pero en su interior sabe que no se atreve a rebelarse contra el grupo, sobre todo contra el líder del grupo.
Estas dos características, rebeldía y sumisión, tienen una explicación muy clara en lo que está sucediendo en su personalidad.
Por una parte, decíamos que el adolescente es un hombre que está naciendo: un nuevo yo distinto y original, que hasta ahora vivía más o menos en simbiosis con el yo de sus padres y los que eran la extensión de sus padres: educadores, maestros, etc. Es decir, se está independizando de ellos. De ahí esa ansia de independencia. Pero es de sus padres, de sus mayores, de los que se está independizando. Es ante ellos, ante los que tiene que afirmar su personalidad; es a ellos a los que pertenecía y bajo los cuales vivía en coloniaje síquico.
Las guerras de independencia se pelean contra la metrópoli; aún es la metrópoli, todavía no ha llegado a ser la madre patria. De aquí esa actitud de rebeldía contra sus padres y contra ese mundo que ellos identifican más o menos con el de sus padres. Se siente amenazado por ellos, siente amenazada su independencia; sobre todo que muchas veces todavía tiene que depender económicamente de ellos y seguir viviendo con ellos. Y el que se siente amenazado, se pone a la defensiva y en cualquier parte ve un enemigo; esto le hace sospechar de cualquier consejo, cualquier observación, cualquier advertencia de sus padres y mayores, sobre todo de los primeros. Los interpreta como que quieren seguir dominándole. No niego que, muchas veces, así es: que los padres no se dan cuenta que hay que educar para la independencia y no han educado así o no han sabido hacerlo y ven que su hijo no está preparado para esa independencia y se retardan indebidamente. Todo esto explica, pues, su rebeldía.
Pero, por otra parte, también se sienten inseguros. No sólo por lo que acabamos de decir, de sentirse amenazados, sino que son seres que están estrenando la vida de independencia. Y no tienen experiencia de esta vida todavía, no están seguros de sus decisiones, ni de sí mismos.
Esto les obliga a buscar apoyo en otros; pero no pueden en sus padres, porque eso sería seguir sometidos a ellos; ellos se podrían aprovechar de eso para seguir dominándolos y buscan ese apoyo en sus iguales, que están pasando por semejantes experiencias y están buscando también en quién apoyarse. Esto hace que piensen como ellos, sientan como ellos y tengan unos intereses comunes y además no se sienten amenazados de ellos porque los consideran sus iguales.
De ahí su dependencia del grupo. Lo necesita para no sentirse solo y aislado. Mutuamente se apoyan; de ahí esa lealtad, que más que lealtad es dependencia completa del grupo. No aceptan los consejos de los padres, pero sí los del grupo, y aunque a veces en su interior no estén de acuerdo, no se atreven a rebelarse. Les aterra que les llamen ¨nena¨ y les hablen de las ¨faldas de su mamá¨. Y para evitar esto, es capaz de hacer cualquier cosa; hay que sentar plaza de ¨ duro¨. Es valiente por cobardía. Y el grupo sabe manejar este resorte del miedo, que cada uno de ellos experimenta, para manejarlos a su antojo y obtener lo que desean.
De ahí, pues, esa doble y contradictoria característica: rebeldía frente a los padres, establecimiento, la autoridad – que aparte de esto muchas veces estaría justificado por otras razones- y su dependencia y sumisión al grupo que él no identifica con la autoridad, porque se trata de sus iguales.
De esta rebeldía del adolescente surge también, en parte, esa sensibilidad a las injusticias y a la hipocresía de los mayores, porque éstas son las dos cosas que más minan la autoridad de los mayores y porque lo ven como una confirmación de las injusticias que están cometiendo con ellos. Sobre todo se indignan contra las injusticias sociales de las que está plagado el mundo: les da una causa justificada para rebelarse. Lástima que esta rebeldía en muchas no sea más que un gesto, porque en realidad viven burguesamente, con dinero abundante para gastar en diversiones y jamás se presentan por un barrio pobre para ayudar a sus habitantes a mejorar su condición con un gesto eficaz; y porque después muchos de ellos acaban instalándose en ese mismo mundo burgués y ayudan a perpetuar las injusticias contra las que de jóvenes protestaron. O siguen protestando, porque eso les da prestigio de liberales y reformadores sociales. Hay comunistas de Rolls Royce y yate privado.

Idealismo: Y por último, son también idealistas. Todavía no han sido atrapados por los intereses más materialistas de la lucha por la existencia, que las va a hacer cansarse muchas veces en la vida. Y por otra parte, no han sentido todavía el límite de sus posibilidades, porque todavía no han tenido el suficiente cúmulo de desengaños, frustraciones, traiciones que a muchos de ellos les van a convertir en unos cínicos.
Esta es, pues, una sicología de transición y que, por lo tanto, participa de los dos extremos que une: el niño y el hombre. Hay en ella rasgos de niño y rasgos de hombre.
Porque en realidad es el proceso sicológico que hace que este niño concreto, con este temperamento, educación, ambiente y experiencias se convierta en este hombre concreto; todas las cualidades y defectos de personalidad del hombre, estaban ya en el niño. La adolescencia no hace más que desarrollarlas, magnificarlas e independizarlas.
Por eso de este proceso de nacimiento no siempre nace un hombre: es decir, un ser que sea capaz de actuar razonablemente en la vida. Aquí el índice de abortos de hombre, de seres incapaces de vivir como hombres, o de hombres tarados, deformados es, desgraciadamente, muy alto. Y casi siempre, porque el embarazo síquico de los padres no fue lo que debería ser, porque no les comunicaron las actitudes, los valores necesarios para hacerles vivir como hombres. Quizás los padres no tenían esos valores y actitudes, ¿cómo se los iban a transmitir? O no se los supieron transmitir. Falló la comunicación. No supieron crear esas actitudes y valoraciones o sólo las crearon en ciertos aspectos. De ahí que haya hombres que en unos aspectos sean maduros y en otros no.
Porque a pesar de las semejanzas, existen entre el desarrollo de organismo físico del hombre y su organismo síquico una profunda diferencia. El primero, de ordinario, salvo raras excepciones, evoluciona integralmente, todos los miembros a la vez; y no se da un cuerpo adulto con unos brazos de niño, o un corazón, una cabeza infantiles. Pero esto no sucede muchas veces en el organismo síquico del hombre. Con frecuencia sucede que ciertas zonas de su sicología han evolucionado y madurado normalmente y otras se quedaron pasmadas en una etapa infantil. Conozco a profesionales eminentes, que toda su vida han sido unos ¨hijos de mamá ¨, unos ¨mama´s boys¨, detenidos en aquella etapa infantil en que el niño siente un apego desmedido hacia la madre y necesitan sentirse dependiendo y protegidos por ella: no cortaron el cordón umbilical. Otros que a la menor frustración y contratiempo estallan en violentos arrebatos de cólera, que recuerdan las rabietas infantiles; otros que para defenderse de los problemas de la vida y perderles el miedo se refugian en el alcohol, las drogas, o las diversiones, como de niños, cuando tenían miedo, se tapaban con la sábana, etc, etc.
Pero este nacimiento del hombre trae consigo un nuevo mundo de actitudes, de emociones, de ideas, de valores que se levanta sobre las ruinas y escombros de su mundo infantil: un mundo nuevo pero formado en gran parte con las ruinas y escombros del mundo infantil, integrados en una nueva estructura, pero que llevan todavía sus características originales. El niño no muere por completo, sigue viviendo en el adulto o madurado y transformado, o vive en él atormentándole, o frenándole, o compensándole, o vengándose.

Repercusiones en el ser religioso: Naturalmente que este derrumbe del mundo sicológico no podía dejar intacta esa amplia zona religiosa de su siquismo y producir en ella efectos semejantes, creando en el hombre las actitudes religiosas, que van a dominarle quizás para toda su vida.
Porque esas fuerzas e influencias estuvieron actuando durante toda esta etapa de crecimiento van a crear los diversos tipos fundamentales de incredulidad que se dan y que todos tiene en común un mismo factor decisivo: que de una u otra manera se ha impedido la creación de un profundo valor religioso o ha sido bloqueado en su desarrollo o ha sido sustituido por otro, o por último, si llegó a formarse, acabó por asfixiarse y extinguirse.
Y al decir el valor radical religioso me estoy refiriendo a una preocupación profunda por el sentido de la existencia, esa preocupación que nos hace ver que el conocer y vivir el sentido de la existencia es el problema más fundamental que tiene planteado el hombre y de cuya solución depende la solución de todos los demás.
Y es la ausencia de este valor, como veremos después, y es la tesis de este libro la causa última de la pérdida de la fe y no las dificultades e ¨imposibilidades¨ de tipo lógico con las que se trata de ordinario de justificar la incredulidad.

 

Por:     Juan López Estrada

En:      Catholic.net