Vida consagrada y nueva evangelización

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S.E. Mons. Octavio Ruiz Arenas

Arzobispo emérito de Villavicencio

Secretario del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización

La Iglesia tiene como misión propia y fundamental el anuncio del Evangelio a todas las gentes y por todo el mundo, de acuerdo con el mandato del Señor (cf. Mt 28,19: Mc 16,15; Hch 1,8), con el fin de continuar la misión misma de Jesús para proclamar e instaurar el Reino de Dios.

El cumplimiento de esa tarea se ha desarrollado no sin tener que afrontar muchas dificultades. Ya en el comienzo mismo la Iglesia tuvo que sufrir una terrible persecución y el anuncio del Evangelio se bañó con la sangre de los mártires, cuyo testimonio de fidelidad y de amor al Señor fue un gran fermento para el crecimiento de las comunidades cristianas. Esta dramática realidad se ha prolongado a lo largo de la historia, de tal modo que en la actualidad sigue habiendo nuevos mártires en varias naciones y una persecución y un rechazo a nuestra fe cristiana.

Juan Pablo II en su encíclica sobre la validez y urgencia del mandato misionero comenzaba con una afirmación contundente: «La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse» (RMi, 1). Parecería paradójica esta realidad, pues han pasado ya veinte siglos desde que el Señor encomendó esa misión. Pero en realidad hoy no sólo existen todavía miles de millones de seres humanos que no conocen el mensaje del Evangelio sino que, muchos de quienes han recibido el bautismo, han ido perdiendo la fe y se han dejado envolver por un ambiente cargado de secularismo, en el que se quiere excluir a Dios de la vida de las personas, marginar a la Iglesia de la actividad pública y vivir en una gran indiferencia religiosa. De ahí la llamada apremiante que hacía el Papa para que la Iglesia no solo cumpliera con la tarea del anuncio del Evangelio, sino que la realizara teniendo siempre presente su índole misionera.

  1. Sínodo sobre la nueva evangelización y la transmisión de la fe cristiana

Frente a las circunstancias descritas la Iglesia ha ido tomando conciencia de la urgencia de reflexionar sobre cómo está cumpliendo la tarea que le encomendó el Señor y cómo ha de continuar realizándola para poder responder adecuadamente a los grandes desafíos que le presenta la sociedad actual. De ahí que al clausurar la Asamblea especial del Sínodo para el Medio Oriente, Benedicto XVI anunciara el tema que había elegido para la siguiente Asamblea general ordinaria: La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana, que se celebró en el Vaticano del 7 al 28 de octubre de 2012.

Aunque ya se han realizado otros dos Sínodos sobre La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en mundo contemporáneo y ha habido una riquísima reflexión a partir de los mensajes y de múltiples intervenciones del Papa Francisco que merecen igualmente una presentación y análisis, es importante hacer resaltar de manera sintética lo que fue el magnífico aporte del Sínodo sobre la Nueva Evangelización en relación con la Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Quienes tuvimos el privilegio de participar en esta Asamblea Sinodal podemos dar fe que se realizó dentro de un ambiente de oración, de respetuosa escucha, de diálogo enriquecedor principalmente entre los obispos, pero también con sacerdotes, religiosos, religiosas, fieles laicos y con algunos miembros de Iglesias hermanas que fueron invitados como auditores. Durante las tres semanas de trabajo sinodal se vivió un espíritu de fraternidad, de comunión y de colegialidad efectiva y afectiva.

El Sínod™o fue como una gran polifonía en donde fueron entremezclándose las voces de pastores de la Iglesia provenientes de los cinco continentes. Cada uno libremente expresó sus inquietudes, sus anhelos, sus esperanzas, sus angustias en relación con lo referente a la transmisión de la fe y a la comprensión y a ciertas experiencias vividas de nueva evangelización. Fue unánime el requerimiento para toda la Iglesia de llevar a cabo la nueva evangelización, aunque lógicamente sin pretender una uniformidad en el modo concreto de ponerla en marcha. Asimismo se hizo ver la estrecha relación que debe existir con la «missio ad gentes» y la importancia de no separarla de la acción pastoral ordinaria de la Iglesia. Son tres realidades que buscan iniciar en la fe y acompañar en el conocimiento, la celebración y la vivencia de ella.

Para llevar a cabo dicha tarea se ponía de relieve la urgencia de la conversión personal, comunitaria y pastoral, una apertura de corazón, una actitud de gozosa acogida, una búsqueda de empatía hacia mundo que nos rodea para escuchar sus reclamos y acercarse a él con el fin de hacer crecer en él el reino de Dios.

Entre los grades desafíos que se indicaron a lo largo de las jornadas sinodales se señalaron el secularismo, el agnosticismo, las repercusiones de la globalización, el influjo creciente de los medios de comunicación, la expansión del Islam, el fenómeno de las migraciones, la crisis económica, la pobreza, la realidad cambiante del mundo actual, la pérdida de valores, la crisis de la familia y la falta de respeto por la vida humana.

Asimismo se reconocieron muchos factores al interior de la Iglesia que están influyendo para poner en marcha la nueva evangelización, entre los cuales la valiente dedicación de tantísimos misioneros y misioneras, la creciente toma de conciencia de los laicos de sus compromisos bautismales, la labor educativa y caritativa de la Iglesia, el esfuerzo por poner la Palabra de Dios al centro de la vida cristiana, la vitalidad de los movimientos eclesiales, la progresiva renovación catequética. Pero también se señalaron algunos factores negativos como la incoherencia de vida, la falta de verdadero testimonio, la pérdida de celo pastoral, la escasa formación de los fieles, el desconocimiento de los contenidos de la fe por parte de muchos bautizados, el hecho de que muchísimas familias han dejado de cumplir su misión de ser las primeras trasmisoras de la fe, los escándalos al interior de la Iglesia, la rutina y el poco interés por la liturgia, la desvalorización del sacramento de la penitencia y la pérdida de identidad de muchos cristianos.

Surgieron por lo tanto muchas iniciativas de tipo pastoral, entre ellas se subrayó la necesidad de favorecer una espiritualidad de comunión, la creación de pequeñas comunidades al interior de las parroquias, la fortificación del trabajo catequético, la práctica constante de la caridad, la importancia de un diálogo con la cultura actual, el potenciamiento del valor de la liturgia y de la vida sacramental, en especial de la eucaristía dominical y del sacramento de la reconciliación, la necesidad una más íntima relación de la vida cristiana con la Palabra de Dios, a través de la «lectio divina», la urgencia de saber poner las nuevas tecnologías digitales al servicio de la evangelización, el adecuado acompañamiento de la piedad popular, la importancia del catecumenado y la consiguiente creación de procesos de reiniciación cristiana.

  1. Vida consagrada y nueva evangelización

En el elenco de las proposiciones finales que los padres sinodales entregaron al Santo Padre, hay una dedicada especialmente a la vida consagrada:

La vida consagrada, tanto masculina como femenina, ha hecho una gran contribución a la labor evangelizadora de la Iglesia a lo largo de la historia. En este momento de nueva evangelización el Sínodo llama a todos los religiosos, hombres y mujeres, así como a los miembros de los Institutos Seculares, a vivir con radicalidad y alegría su identidad como personas consagradas.

El testimonio de una vida que manifiesta la primacía de Dios y que gracias a la vida en común expresa la fuerza humanizante del Evangelio es una poderosa proclamación del Reino de Dios.

La vida consagrada, enteramente evangélica y evangelizadora, en profunda comunión con los pastores de la Iglesia y en co-responsabilidad con los laicos, fieles a sus respectivos carismas, ofrecerá una significativa contribución a la nueva evangelización.

El Sínodo invita las Órdenes y Congregaciones religiosas a estar completamente disponibles para ir hasta las fronteras geográficas, sociales y culturales de la evangelización. El Sínodo invita a las religiosos a moverse hacia los nuevos areópagos de misión.

Porque la nueva evangelización es esencialmente un asunto espiritual, el Sínodo también subraya la gran importancia de la vida contemplativa en la transmisión de la fe. La antigua tradición de la vida consagrada contemplativa en sus formas de comunidad estable de vida de oración y de trabajo continúa siendo una ponderosa fuente de gracia en la vida y misión de la Iglesia. El Sínodo espera que la nueva evangelización haga que muchos abracen confiadamente este estilo de vida (Prop. 50).

A partir de esta proposición, vamos a recoger las principales insistencias surgidas a lo largo de los trabajos sinodales en relación con la vida religiosa y la nueva evangelización.

  • Reconocimiento a la labor de la vida consagrada

La primera idea que se afirma es que “la vida consagrada, tanto masculina como femenina, ha hecho una gran contribución a la labor evangelizadora”. Esta afirmación resume bien la actitud general de positivo reconocimiento con la cual fue vista la vida consagrada a lo largo del Sínodo. En efecto, ya desde los documentos preparatorios, los Lineamenta y el Instrumentum Laboris, se reconocía que el radicalismo evangélico, la atención por transmitir la fe en diversos contextos sociales y el testimonio profético del Reino han sido alentados en buena medida por los religiosos y religiosas, de modo que la vida consagrada constituye para la Iglesia “un don que ha de ser acogido con gratitud” y “una fuente de muchos frutos espirituales”[1].

Del mismo modo, en sendas relaciones, una previa, otra posterior a las intervenciones de los Padres en el Aula sinodal, las referencias a la vida religiosa fueron siempre positivas. En la Relatio post-disceptationem se afirmaba, por ejemplo: “La Iglesia ha sido bendecida por el ministerio y el testimonio de hombres y mujeres en la vida consagrada, los cuales continúan llevando el amor de Cristo al mundo a través de numerosas y diversas actividades. La vida consagrada es, en sí misma, un signo que indica a los demás la verdad del Evangelio”.[2]

Es importante notar que este reconocimiento no se remite sólo a la historia, ya pasada, de las comunidades religiosas, sino también al tiempo presente, en el que el tesoro de la fe sigue siendo manifestado por la presencia y acción, muchas veces escondida, de un sinnúmero de personas consagradas, tanto en las órdenes de antigua tradición como en las comunidades de reciente aparición. Su gran fuerza en el campo educativo,[3] su presencia caritativa en muchas zonas donde los cristianos son minoría,[4] su empeño por servirse de las nuevas tecnologías para evangelizar[5] son, entre otros, algunos de los ejemplos que, al respecto, resonaron en el aula sinodal. Igualmente, muchas comunidades religiosas están logrando ser muy eficaces en llegar a aquellos que nunca han conocido la fe o que la han abandonado por considerarla vacía y anacrónica. Como lo señalaba el arzobispo de Canterbury, esto se debe a que muchas comunidades religiosas han logrado convertirse “en puntos nodales para la exploración de la humanidad en un sentido más amplio y más profundo de cuanto ofrecen las actuales costumbres sociales”.[6] De este modo, si la vitalidad evangelizadora de los religiosos y religiosas ha marcado, y lo sigue haciendo, el ser de la Iglesia, existe la confianza de que ellos seguirán siendo actores de primer orden en la nueva evangelización.

  • Cuestionamientos al ser y a la acción de los miembros de la vida consagrada

Con este marco positivo de fondo, la proposición número 50 señala luego las que pueden considerarse “cuestionamientos” de los Padres sinodales a todos los religiosos y religiosas. Considero que algunas de ellos se relacionan más con el ser y la vida del consagrado mientras que otros iluminan su acción y su misión.

En la primera dimensión, los “cuestionamientos al ser”, sobresalen dos realidades: la identidad y el testimonio de la vida consagrada. Por una parte, se dice que estos tiempos de nueva evangelización exigen que las personas consagradas vivan con radicalidad y alegría su propia identidad. Esto significa que varios de los malestares que aquejan a los cristianos hoy día, como la superficialidad, el divorcio entre fe y vida, el pesimismo o la desconfianza, pueden contaminar también la existencia de los consagrados. Varias intervenciones señalaban la continua necesidad que tienen las comunidades religiosas de garantizar sea la fidelidad creativa al propio carisma, sea su adaptación a las circunstancias cambiantes del mundo mediante una escucha atenta de sus necesidades.[7] Otros manifestaban la importancia de vencer el miedo a mostrarse ante el mundo con un estilo de vida propio que, vivido en profunda sintonía con el Evangelio, llegue a ser un testimonio bello y fascinante del Evangelio.[8] En general, muchas voces hablaron de los sentimientos o de la pasión que debe animar a los nuevos evangelizadores: entusiasmo, alegría, “parresía”, optimismo, confianza, coraje. Sin duda, los religiosos y las religiosas pueden seguir siendo un ejemplo de estas energías que suscita la acción del Espíritu de Dios en su Iglesia.

Por otra parte, los tiempos de nueva evangelización exigen un renovado testimonio. Esta realidad, el testimonio, se repitió incesantemente como respuesta de todo bautizado al desierto interior inoculado por el secularismo y que pretende abarcarlo todo. Pero según la mencionada proposición, a los consagrados les compete especialmente ofrecer un doble testimonio: el de la primacía de Dios y el de la fuerza humanizante del Evangelio. Ellos deben mostrar que otra vida es posible. El Mensaje final del Sínodo hacía eco a este aspecto afirmando: “De un sentido de la vida humana más allá de lo terrenal son particulares testigos en la Iglesia y en el mundo cuantos el Señor ha llamado a la vida consagrada, una vida que, precisamente porque está totalmente dedicada a él, en el ejercicio de la castidad, la pobreza y la obediencia, es el signo de un mundo futuro que relativiza cualquier bien de este mundo” (Mensaje n.7). Se puede afirmar que esta vida nueva implica también un nuevo tipo de relaciones humanas, marcadas por la comunión y la fraternidad. La expresión “fuerza humanizante del Evangelio” hace referencia justamente a que la vida en común de los consagrados debe ser una proclamación de la comunidad humana tal y como la ha querido el Señor. [9]

La pérdida de la centralidad de Cristo y el individualismo son los grandes peligros que amenazan este doble testimonio. Para contrarrestarlos, la reflexión sinodal ha subrayado de múltiples modos la importancia del silencio, de la escucha de Dios y de la contemplación. Seguramente, ante los grandes y exigentes retos que plantea el mundo de hoy, no deja de existir la afanosa tentación de asociar la nueva evangelización con una defensa aguerrida de la fe, con nuevos y dinámicos cursos de acción, con planeaciones y programaciones detalladas, todo ello para implementarse lo antes posible. Pero resulta que la nueva evangelización es, ante todo, una cuestión espiritual, es decir, una labor que pertenece al Espíritu Santo y a la cual los hijos de Dios sólo se pueden asociar mediante una correcta mística.[10] Nuestra acción humana, válida y necesaria hoy más que nunca, viene después. Dios prima y el prójimo se convierte en hermano sólo en el silencio, allí donde se acoge la Palabra de Dios y se abandona el propio ser a las manos del Espíritu. Las comunidades son bastante sabedoras de esta intuición y conservan un vasto capital espiritual que debe constituirse en fuerza y alegría para la misión de la Iglesia. En este sentido, es bello constatar la altísima estima que siempre ha tenido, y que se confirma en estos tiempos de nueva evangelización, de la vida religiosa contemplativa, la cual también es mencionada en la proposición.

Respecto a la acción de los consagrados, el Sínodo también ha hecho un doble cuestionamiento. Por una parte se ha constatado que no obstante la Iglesia se haya visto renovada con la multiplicación de diversas realidades eclesiales, en las cuales se incluyen algunas formas de vida consagrada, sin embargo el sentido de verdadera comunión eclesial se puede desmoronar. La armonía no siempre existente entre carisma y jerarquía, por ejemplo, fue un tema recurrente en las intervenciones. También se habló de falta de cooperación entre los mismos consagrados. Un padre sinodal anotaba: “La dimensión carismática representa una de las más preciosas adquisiciones de la eclesiología del concilio Vaticano II, aunque si bien falta precisar su estatuto epistemológico. Esta dimensión está manifestada particularmente por la vida consagrada, la cual representa para los Obispos un recurso precioso y un reto. En las relaciones entre jerarquía y vida consagrada han surgido no pocos inconvenientes: algunas veces por una cierta ignorancia de los carismas y de su rol en la misión y comunión eclesial; otras por la inclinación de algunos consagrados a la contestación del Magisterio”.[11] En modo especial, sobre la parroquia – de cuya renovación se ocupó en gran medida la reflexión sinodal – también se anotó esta necesidad de entendimiento mutuo, de sinergia y cooperación ente las distintas realidades eclesiales: párroco, laicos, movimientos, consagrados, etc.[12] Si la fragmentación e independencia son características de la cultura secularizada, hay que garantizar al interno de la Iglesia un espíritu de profunda y responsable comunión, no sólo para hacer contrapeso a una tendencia del espíritu humano, sino porque ella se enraíza y encuentra su razón de ser en el misterio de la comunión divina. Esto exige, como lo sostenía otro padre sinodal, “que los movimientos eclesiales y las congregaciones religiosas existentes renueven su espiritualidad y su misión a la luz de la identidad común de la Iglesia”.[13] Así, “en profunda comunión con los pastores de la Iglesia y en co-responsabilidad con los laicos, fieles a sus respectivos carismas, la vida consagrada ofrecerá una significativa contribución a la nueva evangelización.” (Prop. 50).

Por otra parte, al final de la proposición relativa a la vida consagrada se invita a las Órdenes religiosas y a las Congregaciones “a estar completamente disponibles para llegar hasta las fronteras geográficas, sociales y culturales de la evangelización” y a “moverse hacia los nuevos areópagos de misión.” Sin desconocer su inmensa labor evangelizadora, este cuestionamiento contiene una voz de alarma implícita para los consagrados acerca la posibilidad real de perder el ímpetu pastoral, lo que se vería reflejado en la falta de “total disponibilidad” para evangelizar y en cierto “inmovilismo” que impediría reconocer nuevos espacios de misión. Si en los consagrados se menguase la disponibilidad y el arrojo para la misión, la Iglesia, sin duda, se debilitaría enormemente.

Algunas intervenciones, hechas con humildad y esperanza, trataron de indicar estos peligros. Sobre la posibilidad de perder el espíritu misionero, un padre sinodal expresó: “Quiero dirigir un llamado a las órdenes religiosas para que vuelvan a ser misioneras. En la historia de la evangelización, todas los órdenes, guidas por el Espíritu Santo, han hecho cosas extraordinarias y maravillosas. ¿Podemos decir los mismo, hoy, de las congregaciones religiosas? ¿Es posible que hayan comenzado a obrar como multinacionales, desarrollando una labor que es buena y necesaria para responder a las necesidades materiales de la humanidad, pero olvidando que el fin principal de su fundación era llevar el kerigma, el Evangelio a un mundo perdido?”[14]. En la misma línea, otro padre señalaba el riesgo de un anquilosamiento que puede obrar en detrimento del ser misionero: “La vida y el ministerio de los sacerdotes, religiosos y religiosas se han vuelto más prácticos que eclesiales. Parecería que la formación actual de los sacerdotes y del personal religioso tienda a hacerlos funcionarios para los diversos oficios de la Iglesia más que misioneros animados por el amor de Cristo. También en los lugares de misión ad gentes de la Iglesia, el funcionamiento a través de instituciones ha hecho perder a los sacerdotes y religiosos el impelente poder y la fuerza del Evangelio hacia el cual los compromete su vocación”.[15] Este tipo de voces de autocrítica no faltaron en referencia a otros actores de la evangelización, como los obispos y sacerdotes, e indican que si hoy se hace necesaria una nueva evangelización no es sólo porque el mundo sea renuente a la fe, sino también porque nosotros, los hijos de Dios, tenemos nuestra cuota de responsabilidad. A veces falta la actitud justa, otras la decisión para inculturarse en los nuevos areópagos, precisamente allí donde otrora los consagrados habían sabido demostrar gran intrepidez.[16] En este sentido, no deja de ser exigente el reclamo a desarrollar una pastoral urbana capaz de introducir la cuestión de Dios en el tejido de ese gran areópago que son las grandes ciudades de hoy (cf. Prop. 25).

  • Necesidad de conversión personal y de conversión pastoral

Si para el ser del consagrado el recurso a la contemplación aparecía como una exigencia ineludible, en lo concerniente a su acción y misión vale la pena señalar la exigencia de la conversión pastoral. Esta categoría, surgida de modo especial en la reflexión pastoral latinoamericana, ha venido tomando fuerza e indica un proceso mediante el cual una comunidad cristiana revisa, a la luz del Evangelio, su propio estilo de vida y las prácticas e instituciones que expresan su propia vocación.

El Sínodo habló mucho de la importancia de la conversión personal, es decir, del hecho de dejarse evangelizar como condición sine qua non para la nueva evangelización. Pero asimismo se afirma que “La nueva evangelización nos guía hacia una auténtica conversión pastoral, que nos empuja a actitudes y acciones que conduzcan a la vez a evaluaciones y cambios en la dinámica de las estructuras pastorales que ya no cumplen con las exigencias del Evangelio en la era actual” (Prop. 22).

Así, la conversión pastoral incluye la conversión personal, pero mira también la realidad de la comunidad en su conjunto, no sólo para generar actitudes más acordes con el Evangelio sino también acciones pastorales más eficaces.[17] A la base de ella está la humildad. Humildad para reconocer lo que por su obsolescencia y fatiga es necesario abolir o transformar, aquellas estructuras caducas que en vez de favorecer se convierten en un obstáculo para comunicar el don del encuentro con Cristo; humildad para implementar nuevas expresiones y buscar nuevos métodos, para purificar constantemente la memoria y abrir paso a la “creatividad pastoral”, expresión que el mismo Santo Padre utilizó en la misa de clausura del Sínodo como reclamo perentorio de la nueva evangelización para toda la Iglesia.

  • Carencias en las proposiciones sobre vida consagrada

Finalmente, quiero comentar dos aspectos de la reflexión sinodal que atañen la vida consagrada y, a pesar de haber sido recurrentes, no lograron reflejarse tan claramente en la proposición final que he venido comentando. El primero hace referencia a la opción por los pobres. Ciertamente, la proposición 31 la muestra como actitud de toda la Iglesia. Sin embargo, algunos Padres sinodales señalaron el mayor compromiso que esta opción exigía en los religiosos, en razón de los consejos evangélicos y, sobre todo, de la condición profética de su consagración.[18]

El otro elemento tiene que ver con la formación. Se habló mucho acerca de la necesidad de renovar la formación de los sacerdotes y religiosos para conformarla a las exigencias de la nueva evangelización.[19] Esto no se ve reflejado con tanta nitidez en las proposiciones, donde parece que el problema compete sólo a los obispos diocesanos en sus seminarios (Prop. 49). Sin embargo, sobre el tema hay dos menciones de interés. Por una parte, en la proposición 24 se hace énfasis sobre la Doctrina Social de la Iglesia como parte del itinerario de educación en la fe de los sacerdotes y religiosos. Por otra, en la proposición referida a la educación (Prop. 57) se reconoce la inestimable labor que pueden seguir realizando los consagrados en la formación de las nuevas generaciones. Se espera, pues, que la formación en estos tiempos de nueva evangelización corra, en buena medida, por cuenta de los consagrados.

Si, en general, el Sínodo enfatizó mucho en la urgencia de crear itinerarios de profundización y formación en la fe para todos los creyentes, mucho más énfasis se dio a la formación de aquellos que, por razón de su ministerio o carisma, deben ser los primeros en testimoniar qué significa haber encontrado a Jesucristo como Salvador. Sobre esta realidad formativa, me gustaría terminar recordando un párrafo presente en el Instrumentum Laboris: “Casi todas las respuestas [a las preguntas de los Lineamenta] contienen una invitación a promover en toda la Iglesia una intensa pastoral vocacional, que parta de la oración y comprometa a todos los sacerdotes y consagrados, pidiéndoles un estilo de vida que logre dar testimonio de lo atractivo de la vocación recibida y que logre también descubrir formas para dirigirse a los jóvenes. Lo mismo puede decirse de las vocaciones a la vida consagrada, especialmente las femeninas. Algunas respuestas han subrayado, además, la importancia de una formación adecuada en los Seminarios y los Noviciados, así como también en los centros académicos, en vista de la nueva evangelización”.[20]

Es necesario tomar nota de estos dos elementos, la opción por los pobres y la formación, que, a pesar de haber quedado debidamente resaltados en el texto final de las propuestas sí fueron objeto constante de reflexión en el aula sinodal. Ambos se deben incluir como rasgos del espíritu evangelizador para la vida consagrada hoy.

Epílogo

Después de este recorrido por las principales insistencias del Sínodo en referencia a los religiosos y religiosas, es inevitable volver al marco esperanzador en el que se realizó la reflexión sinodal sobre este punto y que esperamos será ratificado por el Santo Padre en su Exhortación Post-sinodal. Las personas que han consagrado su vida al servicio del Pueblo de Dios, por amor a Cristo, en los Institutos de Vida Consagrada, en la Sociedades de Vida Apostólica y en los Monasterios de Vida Contemplativa, son un tesoro para la Iglesia y de todas ellas se espera un gran “protagonismo” en la nueva evangelización.

Para los queridos religiosos y religiosas, como lo expresaba el Mensaje final del Sínodo, es indispensable una palabra de gratitud por su fidelidad al Señor y por la contribución que han hecho y hacen a la misión de la Iglesia; una palabra de esperanza para afrontar aquellas situaciones difíciles que estos tiempos de cambio les han traído; una palabra de aliento para que sigan reafirmándose como testigos y promotores de la nueva evangelización en los varios ámbitos de la vida a los cuales los llama cada carisma.

 

[1] Instrumentum Laboris, n.114. También cf. 96, 106, 115, 117. En los Lineamenta véase especialmente: n.8 y 15. Algunas intervenciones al respecto: Sor Mary Lou WIRTZ, F.C.J.M., Presidente del la Unión Internacional de Superioras Generales – U.I.S.G.(EEUU); Card. Josip BOZANIĆ, Arzobispo de Zagreb (CROACIA); P. Gregory GAY, C.M., Superior General de la Congregación de la Misión (Lazaristas); Card. Fernando FILONI, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.

[2] Relatio post-disceptationem, Card. Donal Wuerl.

[3] Cf. Instrumentum Laboris n.114

[4] S. B. R. Béchara Boutros RAÏ, O.M.M., Patriarca de Antioquia de los Maronitas, (LIBANO)

[5] Cf. P. Robert Francis PREVOST, O.S.A., Prior General del la Orden de S. Agustín.

[6] Cf. Su Gracia Roger Williams. Intervención en el Aula.

[7] Cf. P. Mauro JÖHRI, O.F.M. Cap., Ministro General de la Orden Franciscana de los Frailes Menores Capuchinos; Sor Immacolata FUKASAWA, A.C.I., Superiora General de las esclavas del Sagrado Corazón de Jesús (JAPÓN).

[8] Cf. P. Mauro JÖHRI, O.F.M. Cap., Ministro General de la Orden Franciscana de los Frailes Menores Capuchinos.

[9] Cf. P. Emmanuel TYPAMM, C.M., Secretario General de la “Confédération des Conférences des Supérieurs Majeurs d’Afrique et de Madagascar – COSM.M.” (CAMERUN); Sor Yvonne REUNGOAT, F.M.A., Superiora General de las Hijas de María Auxiliadora, Salesiana de Don Bosco (FRANCIA); P. Bruno CADORÉ, O.P., Maestro General de los Frailes Predicadores (Dominicos).

[10] Cf. Yvonne REUNGOAT, F.M.A., Superiora General de las Hijas de María Auxiliadora, Salesiana de Don Bosco (FRANCIA); Rev. P. Bruno CADORÉ, O.P., Maestro General de los Frailes Predicadores (Dominicos).

[11] Card. Marc OUELLET, P.S.S., Prefecto de la Congregación para los Obispos (CIUDAD DEL VATICANO). Sobre este tema también P. Emmanuel TYPAMM, C.M., Secretario General de la “Confédération des Conférences des Supérieurs Majeurs d’Afrique et de Madagascar – COSMAM.” (CAMERUN); Mons. Francis Xavier Kriengsak KOVITHAVANIJ, Arzobispo de Bangkok (TAILANDIA); Mons. John CORRIVEAU, O.F.M. Cap., Obispo de Nelson (CANADA)

[12] El tema de la contribución de los religiosos a la vida parroquial apareció con fuerza ya en el Instrumentum Laboris (cf. n.82). Véase también la intervención de Rev. Jesús HIGUERAS ESTEBAN, Párroco di S. María de Caná en Madrid (ESPAÑA).

[13] Card. Zenon GROCHOLEWSKI, Prefecto de la Congregación para la Educación Católica (CIUDAD DEL VATICANO)

[14] Card. Telesphore Placidus TOPPO, Arzobispo de Ranchi, Presidente de la Conferencia Episcopal (INDIA)

[15] Card. George ALENCHERRY, Arzobispo Mayor de Ernakulam-Angamaly de los Siro-Malabareses (INDIA)

[16] Cf. P. Adolfo NICOLÁS PACHÓN, S.I., Prepósito General de la Compañía de Jesús (Jesuitas).

[17] Cf. P. Emmanuel TYPAMM, C.M., Secretario General de la “Confédération des Conférences des Supérieurs Majeurs d’Afrique et de Madagascar – COSMAM.” (CAMERUN); P. Adolfo NICOLÁS PACHÓN, S.I., Prepósito General de la Compañía de Jesús (Jesuitas).

[18] Cf. P. Emmanuel TYPAMM, C.M., Secretario General de la “Confédération des Conférences des Supérieurs Majeurs d’Afrique et de Madagascar – COSMAM” (CAMERUN)

[19] Sobre la formación de los candidatos a la vida consagrada: Cf. Mons. Launay SATURNÉ, Obispo de Jacmel (HAITI); Mons. Joseph Anthony ZZIWA, Obispo de Kiyinda-Mityana (UGANDA); P. Pascual CHÁVEZ VILLANUEVA, S.D.B., Rector Mayor de la Sociedad Salesiana de S. Juan Bosco (Salesianos), Presidente de la Unión de Superiores Generales (U.S.G.); Mons. Benjamin PHIRI, Obispo titular di Nachingwea, Auxiliar de Chipata (ZAMBIA); Mons. José Luis AZUAJE AYALA, Obispo de El Vigía – San Carlos del Zulia, Vice Presidente de la Conferencia Episcopal (VENEZUELA); Fr. Emili TURÚ ROFES, F.M.S., Superior General de los Hermanos Maristas de las Escuelas (Pequeños hermanos de María) (ESPAÑA).

[20] Instrumentum Laboris, n.84

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