Ecología Humana: Reflexión del Padre Harold Castilla sobre la Laudato Si’
PRIMERAS REFLEXIONES FRENTE A LA ENCICLICA PAPAL LAUDATO SI, COMO MARCO DEL FORO ACADÉMICO:
“Hace unos días el papa Francisco (18 de junio 2015) nos regalo a toda la humanidad, creyentes y no creyentes, hombres de buena voluntad, el documento encíclica “Laudato si”, la cual hace parte de ese inmenso cuerpo, rico de doctrina, como es el Magisterio Social de la Iglesia. Es un documento de lectura obligatoria para todos. Reclama ser estudiado y reflexionado para ser asumido en un nuevo estilo de vida por estar dedicado, en su totalidad, a la protección y cuidado de la Casa Común. La encíclica toma su nombre de la invocación de san Francisco que en el cántico de la creaturas recuerda que la tierra, nuestra “casa común”, es también como una hermana con la que compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos (Cfr. n. 1).
Nosotros mismos somos tierra. Nuestro propio cuerpo está formado por elementos del planeta, su aire nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura (Cfr. n. 2). La estructura de la encíclica obedece al ritual metodológico usado por la doctrina Social de la Iglesia y por la reflexión teológica, ahora asumida y consagrada por el Papa: ver, juzgar, actuar y celebrar. Comienza así revelando su principal fuente de inspiración: San Francisco de Asís, al que llama «ejemplo por excelencia de cuidado y de una ecología integral, y que mostró una atención especial por los más pobres y abandonados» (n.10; n.66). En síntesis, un documento que de manera especial viene a ser una gran cartilla de análisis de la realidad actual de nuestro mundo en perspectiva de lo que estamos haciendo en favor o en contra de la Creación y las consecuencias o implicaciones para el desarrollo humano y social integral de toda la humanidad.
Este tema de la cuestión ecológica, ha sido trabajado ampliamente por el Magisterio de la Iglesia, como puede verse en el extenso capítulo X del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que tiene como título: “Salvaguardar el medio ambiente”, en los números 451- 487. Ahora el Papa Francisco lo amplía, retomando lo que los Pontífices de los últimos tiempos han dicho al respecto. Enlaza con los Papas que le precedieron, San Juan Pablo II y Benedicto XVI, citándolos con frecuencia. Y algo absolutamente nuevo: su texto se inscribe dentro de la colegialidad, pues valora las contribuciones de decenas de conferencias episcopales del mundo entero, desde la de Estados Unidos a la de Alemania, la de Brasil, la de la Patagonia-Comahue, la del Paraguay. Acoge las contribuciones de otros pensadores, como los católicos Pierre Teilhard de Chardin, Romano Guardini, Dante Alighieri, su maestro argentino Juan Carlos Scannone, el protestante Paul Ricoeur y el musulmán sufí Ali Al-Khawwas. Analiza con profundidad lo que San Juan Pablo II presentó como una de las causas de la destrucción del medio ambiente: el “error antropológico” cometido por el ser humano, y la necesidad de incluir en el léxico común el concepto de “ecología humana” (CA, 38), pues el ser humano, hace parte integral y activa del mundo creado. El Papa Francisco la utiliza 5 veces en la encíclica: nn. 5, 148, 152, 155, 156.
El gran mensaje del Papa Francisco es que todos tenemos que cambiar el “chip” en nuestra manera de comprender el mundo, la creación, la historia hasta llegar a confrontar nuestros propios estilos de vida en función de la construcción de un mundo más humano, de un mundo más feliz. La casa, la creación, el mundo, es de todos, es común y por consiguiente la conciencia de vida de todos tiene que estar en la perspectiva de sentirnos todos solidarios e integrados para sacar adelante el proyecto de vida de presente y también el proyecto de vida de todas las futuras generaciones. Se trata en sí de asumir convicciones, valores y actitudes de vida que permitan pensar en el bien común de todos y en la realización feliz de todos los seres del planeta y de los que vienen detrás de nosotros mismos. Se trata de responder la pregunta fundamental: ¿qué tipo de mundo queremos dejarle a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo o que están aún por nacer? (Cfr. n. 160). Esta pregunta no afecta sólo al ambiente de manera aislada, porque no se puede plantear la cuestión de modo fragmentario, dice el Papa Francisco, y nos conduce entonces a preguntarnos sobre el sentido de la existencia humana y el valor de la vida social: “para qué pasamos por este mundo?, para qué trabajamos y luchamos? Para qué nos necesita esta tierra?”. De allí que el papa nos invite a ser cooperadores en encontrar las respuestas a los grandes desafíos que esta realidad nos plantea de manera integral. Que nos hagamos conscientes que somos esos colaboradores de la obra de la Creación y que es en ella donde nuestras potencialidades se hacen efectivas para alcanzar un mundo más humano y de compromiso solidario entre todos por el bien común (Cfr. n. 80).
Esta toma de conciencia por el bien común pasa necesariamente por un desafío educativo, cultural y espiritual. Sólo en la medida en que asumamos conscientemente el valor que tiene la creación como un bien común de todos y para todos podremos ciertamente asumir los valores que componen el modelo o el paradigma de vida que nos hace asumir la responsabilidad común por el universo entero. La conciencia de trascendencia en la perspectiva de un asumir que es un mundo creado y que desde allí soy solamente un elemento más integrado a los demás elementos de la naturaleza me lleva a un compromiso responsable de las convicciones y los modos de ser y vivir. El núcleo de la conversión ecológica a la que nos invita Francisco pasa por la educación y la formación (Cfr. n. 15). El punto de partida es apostar por “otro estilo de vida” (Cfr. nn. 203-208) que abra la posibilidad de “ejercer una sana presión sobre quienes detentan el poder político, económico y social” (Cfr. n. 206). Es lo que sucede cuando las opciones de los consumidores logran “modificar el comportamiento de la empresa, forzándolas a considerar el impacto ambiental y los patrones de producción”. Las implicaciones de esta conversión ecológica deberán manifestarse en la cotidianidad de nuestra vida diaria, desde lo que implica reducir el consumo de agua innecesaria hasta el gesto cotidiano de apagar las luces de la casa que no se están utilizando o que no hay necesidad de utilizar.
Son muchas las formas de aproximación al documento papal sobre la ecología. Hay quienes lo hacen desde la perspectiva meramente ambiental, otros desde la economía, otros considerando el impacto futuro de la realidad actual y la política, otros desde lo religioso, y así sucesivamente. Personalmente encuentro una clave de lectura, que propone el Santo Padre Francisco en el número 160. En dicho número dice: “¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo? Esta es la verdadera cuestión. Sin duda que esta pregunta está en el centro de las preocupaciones del Santo Padre, que lo llevó a escribir esta Encíclica. Como obispo de una importante Iglesia particular, Buenos Aires; como testigo del desarrollo de los pueblos latinoamericanos, y ahora, al frente de la Iglesia, desde el gran observatorio que es el Vaticano, el Papa quiere ayudar a la humanidad a que tome las medidas que sean necesarias para mitigar el daño, en algunos casos irreversibles, que el ser humano ha hecho a la casa común, como denomina al mundo en el que vivimos.
A esta pregunta hay buscar respuestas, no sólo desde lo técnico, lo sociológico, lo económico, lo ambiental, sino, y sobre todo, desde lo antropológico, de manera que “el error” del que habla Juan Pablo II, no lo sigamos cometiendo, destruyendo, en la mayoría de los casos, sin querer, nuestra propia casa. Y digo sin querer, porque lastimosamente el ser humano ha adquirido costumbres y comportamientos que le hacen actuar involuntariamente, lo que hace necesario, que efectivamente, de la “cuestión ecológica”, se pueda pasar a una auténtica “cultura ecológica”, en donde, sin perder el referente a Dios, creador de todo, sepamos administrar el mundo con responsabilidad.
Pero ¿cómo incentivar esta cultura ecológica? Es muy interesante el último capítulo intitulado “Educación y espiritualidad ecológica” en el cual el Papa Francisco afirma, con la mirada llena de esperanza, que “no todo está perdido” (LS, 205). La educación ambiental (LS, 210), la formación de una ciudadanía ecológica (LS, 211), la escuela, la familia, los medios de comunicación, la catequesis, etc. (LS, 213), son medios especiales para ayudar a adquirir un “nuevo estilo de vida” (LS, 203), una auténtica cultura ecológica, que propicie el respeto y cuidado hacia los bienes de la creación, comenzado por nosotros mismos, creados a imagen y semejanza de Dios. Se trata ante todo de Apostar por crear una «ciudadanía ecológica» (n.211) y un nuevo estilo de vida, asentado sobre el cuidado, la compasión, la sobriedad compartida, la alianza entre la humanidad y el ambiente, pues ambos están umbilicalmente ligados, la corresponsabilidad por todo lo que existe y vive y por nuestro destino común (nn.203-208).
El espíritu tierno y fraterno de San Francisco de Asís atraviesa todo el texto de la encíclica Laudato sí. La situación actual no significa una tragedia anunciada, sino un desafío para que cuidemos de la casa común y unos de otros. Hay en el texto levedad, poesía y alegría en el Espíritu e indestructible esperanza en que si grande es la amenaza, mayor aún es la oportunidad de solución de nuestros problemas ecológicos. En este sentido, el mismo Francisco nos invita a mirar en perspectiva de celebración y a comprender que «el mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza» (n.12). Confirmándolo más adelante el el n. 207, cuando nos dice: «Que nuestro tiempo se recuerde por despertar a una nueva reverencia ante la vida, por la firme resolución de alcanzar la sostenibilidad, por acelerar la lucha por la justicia y la paz, y por la alegre celebración de la vida».”
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