FORMACIÓN DE AGENTES DE NUEVA EVANGELIZACIÓN

Autor: Mons. Octavio Ruíz. Secretario del PCPNE

Fecha: 26 de abril de 2017

Lugar: Ponencia en el Primer Encuentro Internacional de Centros Académicos de evangelización convocado por el PCPNE, en Roma.

 

La misión propia y fundamental que recibió la Iglesia por parte del Señor fue la de formar auténticos discípulos:

Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt 28,19-20).

La Iglesia, por consiguiente, debe continuar la misión de proclamar e instaurar el Reino, es decir, evangelizar para hacer presente en medio de todos a Cristo que vino a traernos la salvación y a manifestar el amor y la misericordia de Dios su Padre. Esta tarea que, como nos enseñaba el Beato Pablo VI en la Evangelii nuntiandi, constituye «la dicha y vocación propia de la Iglesia»[1] es, sin embargo, un proceso complejo que requiere variados elementos,: «renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado»[2].

Se trata de un anuncio que debe tocarnos profundamente, frente al cual no nos podemos quedar indiferentes, ya que no consiste en la simple aceptación de un mensaje o de una revelación, sino que es ante todo un encuentro vivificador y gozoso con Cristo Resucitado[3]; encuentro que debe repercutir en el entorno social y cultural que nos rodea. Lo primero que busca la evangelización es que aceptemos a Cristo, que ha venido a dar sentido a nuestra existencia humana, para que podamos lograr la realización plena de nuestros anhelos más profundos puesto que él es el único Salvador. La experiencia gozosa y llena de esperanza de ese encuentro con Cristo debe llevarnos a compartirla a un mundo afligido por la violencia, la corrupción, la mentira, la falta de respeto a la vida y a la dignidad humana. Si dejamos de lado las repercusiones sociales y culturales del anuncio del Evangelio, o acentuamos de manera desmedida esas mismas, no podemos entender debidamente lo que es evangelizar. La evangelización no es, por lo tanto, una simple tarea humana, sino un encargo divino que el Señor mismo confió a la Iglesia y para cuyo cumplimiento contamos constantemente con su presencia: es él quien nos impulsa y nos da su Espíritu para que podamos ser sus testigos (cf. Hch 1,8).

Frente a los dramáticos cambios en la sociedad, a la pérdida del entusiasmo y de la alegre vivencia de la fe, a la incoherencia entre fe y vida, a la desconfianza hacia la Iglesia y al creciente influjo del secularismo, muchos bautizados se han alejado de la Iglesia o se muestran totalmente indiferentes e incluso han salido a tratar de saciar su sed de Dios en otras confesiones religiosas. Por todo esto San Juan Pablo II y Benedicto XVI insistieron permanentemente en la necesidad de una nueva evangelización que debe comprometer la responsabilidad de todos los miembros del pueblo de Dios. El papa Francisco en la Exhortación Evangelii gaudium ha vuelto a indicar dicha urgencia presentándola como la necesidad de impulsar una nueva etapa evangelizadora que sea más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa»[4], marcada por la alegría del Evangelio[5] y por una transformación misionera de la Iglesia[6]. Para llevar a cabo esta tarea ha insistido, además, en la necesidad de formar discípulos misioneros.

  1. Formación de nuevos evangelizadores

En la Evangelii nuntiandi el papa pedía a los obispos que se preocuparan con seriedad de una adecuada formación de todos los ministros de la Palabra para infundir en ellos el entusiasmo que se requiere para anunciar hoy día a Cristo[7]. Para darle cauce a esta recomendación es necesario recordar el modo como Jesús se preocupó por formar a sus discípulos antes de enviarlos a la misión, comunicándoles lo que había oído del Padre, iniciándolos en la oración y enviándolos a evangelizar, para lo cual les prometió el envío del Espíritu Santo que habría de guiarlos a la verdad plena y sostenerlos en los inevitables momentos de dificultad[8]. De igual modo, en la actualidad, antes de enviar a evangelizar hay que tener el cuidado de contar con personas bien formadas y preparadas, pues de lo contrario se pone en peligro el cumplimiento de la misión[9]. El papa Francisco nos recuerda, además, que para evangelizar es necesario un auténtico acompañamiento espiritual[10] para suscitar un camino de formación y de maduración que ayude al crecimiento y a la conformación con Cristo, ya que no se trata de una simple transmisión de conocimientos teóricos[11]. En efecto, todos los nuevos evangelizadores, sean laicos, religiosos o sacerdotes, necesitan ser formados a través de un proceso que contemple integralmente a la persona, proceso que, apoyado fuertemente en la Palabra de Dios y el testimonio vivo de la Iglesia, ofrezca una seria formación humana, espiritual, doctrinal y pastoral.

  • Formación

Durante la realización del Sínodo sobre «La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana» la palabra formación resonó muchísimo para indicar que se trataba de una condición previa de la nueva evangelización. Quien evangeliza tiene que haber sido evangelizado primero y ser un testigo válido que ha sido formado, que ha iniciado un proceso de trans-formación de la propia vida cristiana y un camino de con-formación o de seguimiento de la persona de Jesús.

La palabra formación quiere decir «acción de formar o formarse», pero también puede entenderse como el «nivel de conocimientos que una persona posee sobre una determinada materia». Es una palabra que proviene de la palabra forma, que significa la figura o determinación exterior de la materia, pero también la disposición o expresión de una potencialidad o facultad de las cosas, como también la fórmula y el modo de proceder en algo. Desde el punto de vista filosófico se entiende como el principio activo que da a la cosa su entidad, ya sustancial, ya accidental.

Para la formación de nuevos evangelizadores tenemos entonces que tener muy en cuenta la situación actual de transformación y de crisis que estamos viviendo en muchísimos campos, a raíz de los profundos cambios culturales que se han ido produciendo por doquier y que han implicado una amalgama de presupuestos vitales muy diferentes a los que teníamos hasta hace poco tiempo. Al respecto decía el Cardenal Bergoglio: «Ya no se trata de apuntalar éste o aquel valor, de despertar tal o cual ideal, de consolidar una u otra virtud, sino que el concepto mismo de formación está en cuestión. La pregunta es cómo “formar” en un medio cultural en el que lo valioso parece ser no precisamente las formas sino la vivencia de experiencias que transgreden las formas, que las mezclan, las disuelven y las transforman incesantemente»[12].

  • Responder a los desafíos actuales

Ser creyente en la actualidad no es lo mismo a lo que era ser creyente en una época de cristiandad. Ya no se cuenta con la seguridad de una tradición religiosa consolidada en la sociedad civil, ni tampoco con una transmisión de la fe por parte de la familia, pues estamos en un mundo en el que se plantea permanentemente la validez de la fe misma, el sentido y valor que pueda tener el hecho de creer en una sociedad cada vez más laica y plural fuertemente soportada por la ciencia y la tecnología. Todo ello va creando serios interrogantes que se refieren, por una parte, a cómo hablar de Dios y cómo relacionarse con Él de manera personal sin que pierda su trascendencia y, sobre todo, sin reducirlo a una simple fuerza sustituta de aquello que todavía no puede explicar la ciencia; por otra, a cómo ser cristiano en una sociedad tan cambiante, secularizada y relativista.

En este momento, en el que podemos hablar de un «cambio de época»[13], se nos presenta el reto de repensar los modos de transmitir la fe de tal modo que lo que anunciamos diga algo a la gente de hoy. Lamentablemente muchos bautizados sufren una crisis de identidad, han olvidado lo que son y a lo que están llamados en la Iglesia, se han amoldado a las costumbres y a la mentalidad del mundo que los rodea y les da hasta temor presentarse como personas de fe, pues ser cristiano hoy no es algo popular, sino algo que exige valor y coherencia. Esto nos lleva a ver la urgencia de ayudar a descubrir de nuevo la identidad propia dentro de la Iglesia, reforzar o inculcar el sentido de pertenencia y hacer tomar conciencia de las exigencias que se presentan al discípulo misionero.

Benedicto XVI al dirigirse a los participantes de un primer encuentro de nuevos evangelizadores que organizó nuestro Pontificio Consejo les decía que «El hombre contemporáneo está, a menudo, confuso y no consigue encontrar respuestas a tantas preguntas que agitan su mente con respecto al sentido de la vida y a las cuestiones que alberga en lo profundo de su corazón. El hombre no puede eludir estas preguntas que afectan al significado de sí mismo y de la realidad. ¡No puede vivir en una sola dimensión! Sin embargo, no por casualidad, es alejado de la búsqueda de lo esencial de la vida, mientras que le propone una felicidad efímera, que lo contenta sólo un instante, pero que deja enseguida, tristeza e insatisfacción»[14]. Ya antes de ser elegido Sucesor del apóstol Pedro les decía a los catequistas de Roma: «La pregunta fundamental de todo hombre es: ¿cómo se lleva a cabo esta proyecto de realización del hombre? ¿Cómo se aprende el arte de vivir? ¿Cuál es el camino que lleva a la felicidad? Evangelizar quiere decir mostrar ese camino, enseñar el arte de vivir. Jesús dice al inicio de su vida pública: he venido para evangelizar a los pobres (cf. Lc 4, 18). Esto significa: yo tengo la respuesta a vuestra pregunta fundamental; yo os muestro el camino de la vida, el camino que lleva a la felicidad; más aún, yo soy ese camino»[15].

Así, pues, la formación de los discípulos misioneros que quieren llevar a cabo la nueva evangelización no puede contentarse con la simple adquisición de competencias específicas para la eficaz transmisión de los contenidos de la fe, sino que debe buscar que sea un proceso que les trace un sólido itinerario de crecimiento y maduración de la fe. Los obispos de América Latina reunidos en la Conferencia General de Aparecida destacaban al respecto cinco aspectos fundamentales que deben estar presentes en el proceso de formación de discípulos misioneros[16]: Propiciar el encuentro con Jesucristo, conducir a la conversión como respuesta de dicho encuentro, fortalecer el discipulado para perseverar en la vida cristiana, vivir la comunión de manera fraterna y salir en misión a anunciar a Jesucristo muerto y resucitado, para dar respuesta a los grandes interrogantes que se plantean los hombres y las mujeres de hoy acerca del sentido de su vida y para hacer realidad el amor y el servicio en la persona de los más necesitados.

El nuevo evangelizador, por consiguiente, tiene que tomar conciencia y acoger con gran brío el gran desafío de evangelizar en la actualidad, para lo cual tiene que mejorar y continuar en su personal camino de profundización y vivencia de la fe, colocando siempre a Cristo en el centro mismo de su propia existencia, de su quehacer cotidiano y, lógicamente, de su labor como discípulo misionero. Al mismo tiempo, sin embargo, debe conocer el entorno en el que vive, sus problemas y angustias, pero igualmente sus motivos de gozo y de esperanza, y tiene que hacer lo posible para que el anuncio de Cristo sea recibido como una buena noticia que viene a engrandecer la dignidad de quien lo acoge.

Este itinerario no lo puede recorrer de manera aislada, sino al interior de la comunidad cristiana, dentro de la cual se radica y desarrolla todo auténtico camino de fe. De ahí, por lo tanto, que su formación deba ser cristocéntrica y profundamente eclesial para ayudarlo a que sea idóneo para realizar la tarea de ser un auténtico evangelizador. Esto supone, por parte de la comunidad, el esfuerzo de brindarle un acompañamiento personal y espiritual, puesto que quien evangeliza ha de ser un ejemplo de vida cristiana y de compromiso eclesial.

  1. Parámetros para la formación

Si hacemos un parangón con lo que dijo Jesús: «!A vino nuevo, odres nuevos!» (Mc 2,22) debemos tener presente que si queremos realizar una nueva evangelización es necesario tener nuevos evangelizadores. Esto quiere decir hombres y mujeres impregnados de Dios, de su gracia, que acojan con alegría y docilidad la acción del Espíritu Santo que actúa en ellos y, de esa manera, convertirse en «testigos de la esperanza y de la verdadera alegría para deshacer las quimeras que prometen una felicidad fácil con paraísos artificiales»[17].

  • Evangelizadores con Espíritu

Dentro de la llamada que nos hace el Señor para ser sus discípulos se contempla el que seamos al mismo tiempo misioneros, lo cual nos debe llevar a tomar plena conciencia de haber recibido una llamada suya desde el momento mismo del bautismo. Allí hemos recibido el Espíritu Santo, el cual, «infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente»[18] y es quien da solidez a la acción evangelizadora.

Los nuevos evangelizadores requieren de una seria formación espiritual, pues necesitan ser ayudados y acompañados a fin de que toda su vida sea transfigurada en la presencia de Dios. El papa Francisco dice que deben ser «Evangelizadores con Espíritu» que sepan cultivar su relación con el Señor por medio de la oración, de su encuentro orante con la Palabra y de momentos de adoración para que, contemplando con amor al Señor, adquieran un espíritu contemplativo que alimente y refuerce su amor a Jesús y se dejen cautivar por él, para salir a comunicarlo con la palabra y el ejemplo de vida[19]. Esto exige que el nuevo evangelizador, por una lado, deseche toda imagen de Dios que no se corresponda plenamente con la revelada por Jesús y, por otro, que no conciba su fe como algo privado, individualista, centrada en actos de piedad y alejada de la realidad que lo rodea, sino que debe ser entendida como una relación personal con Cristo el Señor, con una clara dimensión social y de pertenencia eclesial que le impulse a lo largo de toda su existencia.

Elemento fundamental para vivir su espiritualidad es la de tomar conciencia de su compromiso firme de ser misericordioso como Jesús. Esto hace parte integral de su vivencia de fe y de su sentido de Iglesia, ya que la misericordia no solo constituye un ideal de vida cristiana y un criterio de credibilidad de la fe[20], sino que, ante el mundo, «La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo»[21].

  • Ímpetu misionero

La labor que va a desarrollar el nuevo evangelizador debe estar marcada por una verdadera conversión pastoral y misionera, a la cual nos llama Francisco[22]. Es el momento de voltear página y reconocer que no podemos seguir transmitiendo la fe sin tener en cuenta las grandes transformaciones de la humanidad que nos exigen renovación y un cambio de actitud y de estilo. Por ello, anunciar el Evangelio hoy requiere que quien lo anuncia haga una seria opción misionera para poder salir a buscar a aquellos que se han alejado de la Iglesia, a los que han abandonado la fe, a los que no conocen a Cristo, sin descuidar a aquellos que permanecen fieles y activos dentro de la Iglesia. Ese salir misionero conlleva el deseo de amar como Jesús a todos los que encuentra en el camino, sin importar que sean de cultura, de creencia religiosa, de lengua o de raza diferentes, para transmitirles la alegría de haber conocido al Señor y de saber que él siempre cumple su promesa de estar a nuestro lado (cf. Mt 28,20).

La formación del nuevo evangelizador entonces debe estar encaminada a capacitarlo para evangelizar. Esto podría parecer algo que sobraría mencionar, pero la realidad es que es allí donde podemos encontrar una expresión de la necesidad de conversión pastoral y de renovación misionera. Durante mucho tiempo se dejó de lado el anuncio explícito y testimonial que debía conducir al encuentro personal con Cristo, se abandonó el acercamiento a la Palabra de Dios y el nutrirse de ella y se pasó directamente a una praxis sacramental. A partir del Vaticano II se dio un vuelco al respecto, pero todavía falta mucho para que todos tengan una conciencia de la centralidad de la Palabra de Dios en la vida del bautizado. En la actualidad no se puede olvidar el primer paso que hay que dar en el proceso evangelizador: el primer anuncio, aquél que debe despertar el ánimo y el deseo de conocer al Señor. En la Evangelii gaudium el papa subraya que ese primer anuncio o kerygma debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora y de todo intento de renovación eclesial, el cual debe resonar siempre en el corazón del creyente[23].

  • Liderazgo

El papa Francisco, al insistir en la urgencia de una renovación de la Iglesia, expresa su profundo deseo de que ella sea una Iglesia en salida en la que los discípulos misioneros “primereen”, se involucren, acompañen, fructifiquen y festejen, como lo hizo el Señor. Por esto dice que los nuevos evangelizadores han de ser hombres y mujeres que tomen la iniciativa sin miedo, que salgan al encuentro, que busquen a los lejanos e inviten a los excluidos[24]. Con todo ello nos quiere indicar la necesidad de que sean líderes.

El líder es una persona con gran capacidad de influir en las otras personas y que es previsora, que sabe a dónde se dirige y qué es lo que busca, para conducir con seguridad y sin titubeos a metas y objetivos bien concretos, infundiendo entusiasmo para que lo sigan.

Este es uno de los aspectos que debemos tomar en consideración al pensar en la formación de nuevos evangelizadores. Tenemos que formar personas que sepan ejercer un liderazgo, que no tengan temor de tener iniciativas, de sugerir, de impulsar, de animar, de acompañar. Personas que sientan la necesidad de comunicar su experiencia de vida y de encuentro con el Señor con parresia. Más aún, líderes que conozcan sus fortalezas y sus carismas para ponerlas al servicio de los demás, pero al mismo tiempo que tengan la humildad de reconocer sus debilidades y la necesidad de contar con la colaboración de otras personas y, por consiguiente, de saber trabajar en equipo. Personas, entonces, que sepan aceptar no solo la necesidad de rodearse de otras que les ayuden en su tarea, sino también que les colaboren a enderezar el camino, si es necesario, y a mirar y reconocer situaciones que a veces se les puedan escapar. Por eso ellos tienen que estar profundamente insertados en su comunidad, pues su labor es una tarea eclesial, en la que su palabra y su testimonio pretende comunicar una experiencia de fe que no es individual, sino que está dirigida a transmitir la fe de la Iglesia, es decir, la fe de una comunidad que ama a Cristo y cree y vive en él.

  • Evangelizadores con visión y con un nuevo rostro

Quien evangeliza no puede quedarse anclado mirando lo inmediato, o proyectando simples estrategias de comunicación. Tiene más bien que mirar mucho más allá, dirigiendo con perspicacia su mirada hacia dónde se encamina su acción misionera, es decir, debe tener una visión muy clara de Aquél que le da alegría y sentido a su vida, para comunicarla con pasión, pues va a transmitir una experiencia gratificante que llena de regocijo su existencia. Las dificultades que se presentan hoy a los evangelizadores no pueden acobardarlos ni encerrarlos en un presentimiento de derrota que, como dice el papa, los convierte en «pesimistas quejosos y desencarnados con cara de vinagre. Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo»[25]. El sueño del evangelizador, que ha hecho una opción misionera, debe ser que todos acojan con alegría al Señor como el único Salvador, lo amen, lo sigan y traten de vivir como él, comprometiéndose a colaborar positivamente en una transformación profunda de la humanidad.

A partir de esa visión y de ese sueño, que deben impulsar su labor, el evangelizador debe aprender a comunicarlos buscando y planificando las estrategias necesarias para cumplir su misión. Si no da este paso su labor se quedará en una simple fantasía. Debe aprender entonces a discernir cómo hacer realidad ese sueño evangelizador y cómo presentarse ante aquellos a quienes se ha acercado, para lo cual debe aprender a dialogar con las culturas y con la sociedad y estar abierto a captar y discernir los signos de los tiempos.

Ahora bien, si quiere ser acogido, tiene que mostrar alegría y entusiasmo. Éstas han ser dos de las características que no le pueden faltar y, por lo tanto, debe saber sonreír mostrando que está convencido de que lo que anuncia es algo hermoso y bueno para la vida. La sonrisa no puede ser ficticia, sino sincera, que muestre en su rostro que vive el consejo de san Pablo: «alegraos siempre en el Señor» (Fil 4,4). Se trata de acrecentar «la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas», para que el mundo «pueda recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo»[26]. Su discurso, entonces, por sencillo que sea, debe entusiasmar sin agobiar a las otras personas y debe partir de su propia convicción.

  • Nuevas experiencias de transmisión

El papa Francisco ha puesto nuevamente el acento en la importancia del «camino de la belleza» (via pulchritudinis), es decir, en la vasta multitud de expresiones artísticas actuales que, como en el pasado, constituyen un sendero para encontrarse con el Señor Jesús y recuperar la estima de la belleza para poder llegar al corazón humano y hacer resplandecer en él la verdad y la bondad del Resucitado. Por esto, dice el papa, se vuelve necesario que la formación en la via pulchritudinis y el uso de las artes esté inserta en la transmisión de la fe, incluyendo incluso aquellos modos no convencionales de belleza, que pueden ser poco significativos para los evangelizadores, pero que se han vuelto particularmente atractivos para otros[27].

El nuevo evangelizador, además, no puede descuidar los mass media y la tecnología digital que se han apoderado de la forma de transmitir conocimientos y experiencias. Estamos viviendo una era caracterizada por una cultura virtual, un mundo que vive en la Red, a través de los smartphones y las tabletas, en los que se ofrecen todo tipo de información, pero sin responder a las preguntas fundamentes de la vida humana. Desde la primera infancia esa tecnología entra a formar parte del entorno cultural de los niños y de los jóvenes. Gradualmente las conexiones virtuales han ido determinando sus acciones, elecciones y objetivos y han ido marcando una tendencia hacia el individualismo que ha hecho perder el valor incuestionable del encuentro personal. Hoy basta encontrar una «app» apropiada para tener acceso a cualquier materia científica, política, cultural o religiosa, como también literatura, juegos e incluso modelos que ayudan a orar. El nuevo evangelizador debe aprender entonces a buscar y dirigirse a todo ese mundo de gente, especialmente jóvenes, que se encuentran a toda hora inmersos allí. Debe capacitarse, por consiguiente, para entender ese universo, conocer sus nuevos lenguajes y su tecnología a fin de poder evangelizar ese vasto “continente digital” y encontrar el modo de dar impacto al mensaje evangélico, sin olvidar que está cumpliendo una misión que le ha encargado la Iglesia. Debe acceder a ese nuevo areópago del mundo actual y saber utilizar el potencial del ciberespacio para purificarlo en lo posible, para proclamar el mensaje del Evangelio y contribuir a desarrollar de nuevo una «cultura del encuentro»[28].

Por otra parte, no puede dejar de lado el saber valorar las distintas expresiones de piedad popular, que son un «precioso tesoro de la Iglesia católica»[29] y, a la vez, una «expresión verdadera del alma de un pueblo, en cuanto tocada por la gracia y forjada por el encuentro feliz entre la obra de evangelización y la cultura local»[30], en las que se expresan la acción misionera espontánea del Pueblo de Dios[31]. Ellas, ciertamente, constituyen un valioso espacio para evangelizar de manera espontánea y puntual, para aprovechar ya sea la fe sencilla y gozosa de tantos fieles, aun de los alejados e indiferentes, como también la alegría misma de esas manifestaciones e incluso sus sentimientos de dolor y súplica, para inculcar con fuerte ardor la verdadera alegría y la esperanza que provienen del encuentro con el Señor. «Todas estas expresiones de piedad popular, dice el papa Francisco, tienen mucho que enseñarnos y, para quien sabe leerlas, son un lugar teológico al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización»[32].

  • Autoformación 

Finalmente, el evangelizador debe tomar conciencia de que su formación no depende exclusivamente de una institución o de un tutor, puesto que el responsable de la formación es la persona misma que ha de ir adquiriendo el hábito de seguir creciendo por sí misma y de saber encontrar las mediaciones propicias para lograrlo. Solo así irá logrando la madurez y responsabilidad para enseñar a los demás a aprender. San Juan Pablo II en la Exhortación apostólica Christifidelis Laici expresa bien este punto al afirmar que: «no se da formación verdadera y eficaz si cada uno no asume y no desarrolla por sí mismo la responsabilidad de la formación. En efecto, ésta se configura esencialmente como “auto-formación”. Además está la convicción de que cada uno de nosotros es el término y a la vez el principio de la formación. Cuanto más nos formamos, más sentimos la exigencia de proseguir y profundizar tal formación; como también cuanto más somos formados, más nos hacemos capaces de formar a los demás»[33].

Lo anterior no quiere decir que la autoformación consista sencillamente en algo que realiza el evangelizador a manera de un autodidacta, pues en realidad nos encontramos en una dimensión que supera el simple esfuerzo humano. Se trata, más bien, de una acción que proviene de lo Alto y, por lo tanto, que exige dejarse guiar y enseñar por el Espíritu Santo que es el protagonista de toda acción eclesial[34]. Él es, como nos recuerda San Juan Pablo II, el «Maestro interior que, en la intimidad de la conciencia y del corazón, hace comprender lo que se había entendido pero que no se había sido capaz de captar plenamente» y es quien instruye a los fieles según la capacidad espiritual de cada uno, encendiendo en sus corazones un deseo más vivo de amar lo que ya sabe y desear lo que todavía no conoce[35].

Teniendo en cuenta esa dimensión pneumatológica no podemos interpretar que la formación del nuevo evangelizador se reduzca exclusivamente a lo doctrinal, pues está llamado a comunicar sobre todo lo que ha contemplado con amor. Él debe hacer brotar su espíritu contemplativo que es el que le permita redescubrir cada día que es depositario de un bien que humaniza y que ayuda a llevar una vida nueva. [36]

  • Misión impostergable

Ahora bien, a pesar de la gran importancia que tiene una seria formación integral, por medio de la cual se ha de lograr una profundización de nuestro amor a Cristo, un testimonio más claro del Evangelio, un compromiso eclesial más fuerte y un maduración y crecimiento en la fe, sin embargo, como bien recuerda el papa Francisco, tenemos que reconocer que el cumplimiento de la misión evangelizadora no puede dar espera, no puede postergarse, pues a partir del bautismo, todos estamos llamados a ser «discípulos-misioneros», que debemos comunicar nuestra experiencia de Jesús, ofreciendo a los demás el testimonio explícito del amor salvífico del Señor que, más allá de nuestras imperfecciones, nos ofrece su cercanía, su Palabra, su fuerza, y da un sentido a nuestra vida. Nuestras imperfecciones, por consiguiente, no deben ser una excusa; al contrario, la misión constituye un estímulo permanente para seguir creciendo y no quedarse en la mediocridad[37].

EPILOGO

Formar líderes para la nueva evangelización, que sean discípulos misioneros que conozcan, amen, sigan y traten de estar siempre con él y vivir como él, exige que sus formadores sean también nuevos evangelizadores que vivan con entusiasmo su propio liderazgo

Esta formación, por lo tanto, debe realizar procesos que se lleven a cabo dentro de un contexto de fe vivida, que preparen mujeres y hombres maduros, capaces de discernir y de tener un juicio equilibrado, con grandes valores evangélicos, éticos y morales bien fundamentados, poseedores de una sana doctrina, abiertos al diálogo y con entusiasmo misionero. Igualmente deben ayudarles a tener una sólida espiritualidad y a descubrir las bases para poder dar un testimonio creíble que sea capaz de entusiasmar a otros a buscar y encontrar a Cristo en su vida. En otras palabras, los nuevos evangelizadores deben ser preparados para que sean óptimos catequistas que cumplan con alegría su misión eclesial.

Asimismo los nuevos evangelizadores deben ser preparados para saber irradiar la alegría que proviene del encuentro con el Señor, la cual se manifiesta en el entusiasmo para salir a evangelizar, en su liderazgo, en sus iniciativas y creatividad para contagiar a los demás con su fe y con su amor y servicio desinteresados. Para ello se les debe ayudar a alimentase asiduamente en el encuentro con la Palabra de Dios, la participación eucarística y el ejercicio de la caridad.

Los Centros de Nueva Evangelización, que han ido surgiendo en distintas naciones, como también en muchas diócesis e incluso en diversas universidades católicas, constituyen por consiguiente, en sus diversos niveles, valiosos esfuerzos para la formación sólida y adecuada de los nuevos evangelizadores. Estos centros deben ser fuente de innovación pastoral que ayuden a formar agentes que colaboren, con profundo espíritu eclesial, en la conversión pastoral y misionera que pide la Iglesia en este momento a fin de sembrar el Evangelio y responder a los grandes desafíos que presenta la cultura actual.

                                                                    + Octavio Ruiz Arenas

                                              Arzobispo Emérito de Villavicencio

                                                                     Secretario de PCPNE

[1] EN 14

[2] EN 24

[3] Cf. Benedicto XVI, Encíclica Deus caritas est, 1

[4] Cf. EG 261

[5] Cf. EG 1

[6] Cf. EG 25. Este impulso misionero se encuentra mencionado 139 veces a lo largo de la Exhortación, insistiendo en la urgencia de «poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve, dice el Papa, una ‘simple administración’. Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un ‘estado permanente de misión‘.

[7] Cf. EN 73

[8] Cf. Directorio General para la Catequesis, 137

[9] Cf. Directorio General para la Catequesis, 234

[10] Cf. EG 173

[11] Cf. EG 160-161

[12] Cf. La formación del presbítero hoy. Dimensiones intelectual, comunitaria, apostólica y espiritual, conferencia dictada en la conmemoración del 25 aniversario del Seminario “La Encarnación” en la ciudad de Resistencia, el 25 de marzo de 2010.

[13] Cf. EG 52

[14] Benedicto XVI, Discurso a los nuevos evangelizadores, 17 de octubre de 2011

[15] Ratzinger J., La nueva evangelización, Conferencia pronunciada en el Congreso de catequistas y profesores de religión, Roma, 10 de diciembre de 2000

[16] Cf. Documento de Aparecida, 278

[17] Papa Francisco, Carta Apostólica Misericordia et misera, 3

[18] EG 259

[19] Cf. EG 262. 264

[20] Cf. Motu proprio Misericordiae vultus, 9

[21] Misericordiae vultus, 10

[22] Cf. EG 25. 27. 35

[23] Cf. EG 164

[24] Cf. EG 24

[25] EG 85

[26] EN 80

[27] Cf. EG 167

[28] Cf. EG 220

[29] Cf. Benedicto XVI, Discurso inaugural de Aparecida, 1

[30] San Juan Pablo II, Homilía en el santuario de Nuestra Señora de Zapopán, Guadalajara, 30 de enero de 1979

[31] Cf. EG 122

[32] EG 126

[33] ChL 53

[34] Cf. San Juan Pablo II, Encíclica Redemptoris missio, 21

[35] Cf. San Juan Pablo II, Exhortación apostólica Catechesi tradendae, 72

[36] Cf. EG 264

[37] Cf. EG 121

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