ARTÍCULO CATEQUESIS Y NUEVA EVANGELIZACIÓN

“CATEQUESIS Y NUEVA EVANGELIZACIÓN”[1]

Introducción: los presupuestos de la nueva evangelización

La creación por parte de Benedicto XVI del Consejo Pontificio para la promoción de la Nueva Evangelización[2] y la convocatoria del Año de la Fe[3] son, sin duda, los dos últimos aldabonazos con que se quiere despertar en todos los católicos el interés por la urgencia y la necesidad de evangelizar.

En ambos documentos se pone de manifiesto que, en nuestro tiempo, es necesario «afrontar el fenómeno del alejamiento de la fe», sobre todo, «en sociedades y culturas que desde hace siglos estaban impregnadas del Evangelio»[4].

Evidentemente, la necesidad de evangelizar y la urgencia de hacerlo de forma inmediata no deben responder, en absoluto, al descenso en el número de adeptos a la religión católica en países y lugares donde, por tradición, ésta ha sido siempre mayoritaria. Más bien, han de responder a la constatación de que los admirables logros y conquistas que la ciencia, las artes, la técnica y la globalización han traído a la humanidad, también «han tenido consecuencias para la dimensión religiosa de la vida del hombre»: «se ha verificado una pérdida preocupante del sentido de lo sagrado, que incluso ha llegado a poner en tela de juicio los fundamentos que parecían indiscutibles, como la fe en un Dios creador y providente, la revelación de Jesucristo único salvador y la comprensión común de las experiencias fundamentales del hombre como nacer, morir, vivir en una familia, y la referencia a una ley moral natural»[5]. Y ello, tristemente, no se ha traducido en mayores cotas de libertad real, de responsabilidad, de paz y de fraternidad, sino que ha traído consigo «el desierto interior que nace donde el hombre, al querer ser el único artífice de su naturaleza y de su destino, se ve privado de lo que constituye el fundamento de todas las cosas»[6], lo que normalmente se traduce en injusticias, mentiras, inmoralidad, nuevas formas de esclavitud, guerras y divisiones.

Es, por tanto, la comprobación, una vez más, de que el hombre de nuestro tiempo «es incapaz de vencer eficazmente y por sí mismo los ataques del mal y que se encuentra como atado con cadenas» (GS 13), por lo que la Iglesia, fiel al mandato de Cristo, se siente «llamada con mayor urgencia a la salvación y renovación de toda criatura para que todas las cosas se instauren en Cristo, y en él los hombres constituyan una sola familia y un único pueblo de Dios» (AG 1)[7].

Esta debe ser la principal y (me atrevería a decir) única razón por la que la Iglesia se siente empujada a anunciar el Evangelio en este mundo y en esta realidad nueva que nos toca vivir: para que la palabra de la Verdad ilumine los corazones de los individuos y de los grupos sociales y se puedan corregir y transformar tantas realidades de injusticia, de esclavitud y de muerte como las que afectan a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Además, la Iglesia siente la llamada a la Nueva Evangelización porque es consciente de que existe salvación para el hombre de hoy y para la humanidad que camina por la senda del nuevo milenio; y que, allí donde tantos auguran un futuro incierto cuando no negro y absolutamente desesperanzador, la Iglesia, fiada del designio providente del Dios eterno, Padre y creador de todo cuanto existe, de la eficacia de la obra redentora de Jesucristo y de la acción oculta y callada, pero constante e indefectible del Espíritu Santo, anuncia una Esperanza firme y segura para este mundo[8], para las sociedades que lo forman y para cada individuo que lo habita. Se trata, lo sabemos bien, no de una esperanza etérea, vaga e informe, sino muy concreta; es una esperanza que tiene nombre y un rostro muy preciso: Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, «en él se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera de su Evangelio nos abruma» (GS 22).

Por eso la Nueva Evangelización comienza cuando la propia Iglesia se deja evangelizar, mostrando así a los hombres que en este mundo, en esta hora que nos toca vivir, el encuentro con la persona de Jesús, el descubrimiento de su evangelio, nos capacita para ser, pensar y actuar de un modo plenamente humano sin olvidarnos de que nuestra vocación última, la única capaz de llenar el vacío del corazón del hombre, su sed más profunda, es la vocación divina (cf. GS 10 y 22), o sea, lograr la comunión íntima con Dios y también la unidad de todo el género humano (cf. LG 1).

No por casualidad el pontificado del beato Juan Pablo II comenzó con aquella famosa exhortación:

«¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!»[9].

Y Benedicto XVI dedicó la segunda de sus encíclicas al tema de la Esperanza[10]; el punto de partida de la misma no puede ser más clarificador al respecto:

«Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino» (Spe salvi, 1).

En otras palabras, podremos evangelizar si estamos convencidos de que nuestra fe en Cristo se traduce en una esperanza concreta para el mundo real en el que vivimos, para esta sociedad, para su organización económica y política, para su cultura. Nos sentiremos llamados a evangelizar si comprendemos que en nuestras manos está la posibilidad de ofrecer “sentido” a las grandes preguntas que se plantea el hombre de hoy y en los términos en que lo hace; para entrar en un diálogo sincero y abierto con él y así poder presentar a Jesús y su evangelio como respuesta a sus búsquedas e inquietudes[11]. Perseveraremos en la tarea de evangelizar, si estamos firmemente seguros y confiados, desde la humildad y la sencillez, que Jesucristo es el único salvador de este mundo. Mas nuestra seguridad no ha de nacer de ningún motivo ideológico ni tampoco de ningún interés proselitista, sino desde la experiencia de que a cada uno de nosotros, y a todos los creyentes, el encuentro con Cristo nos ha hecho experimentar esa salvación real en la que se funda la esperanza que ofrecemos al mundo. Como decía el entonces cardenal Joseph Ratzinger a los catequistas y profesores de religión reunidos en Roma para la celebración jubilar del año 2000: «Evangelizar quiere decir mostrar este camino: enseñar el arte de vivir»[12].

La catequesis al servicio de la Nueva Evangelización ha de tomar en serio al hombre de hoy y su realidad: la necesidad de cambios

Con estos presupuestos, es evidente que la catequesis al servicio de la Nueva Evangelización no ha de tener otro fin ni otra alma sino esta, es decir, la de servir a que la Iglesia pueda favorecer el encuentro con Jesucristo que lleve a los hombres de nuestra sociedad actual a reconocerle como Salvador, como dador de sentido y fuente de esperanza para este momento que nos toca vivir, con lo que tiene de positivo y valioso y también con las dificultades que presenta.

La catequesis, por tanto, ha de tomarse muy en serio al hombre de hoy y su realidad presente. Me ha gustado mucho, por lo claro y contundente que es, además de por lo realista, aunque sin ser en ningún momento agorero, el análisis que hace en su libro don Fernando Sebastián Aguilar, titulado así: Evangelizar[13]. Me permito reproducir aquellas afirmaciones que, a mi modesto entender, son oportunísimas y que ponen el centro de atención en el ojo del huracán:

«Tengo la impresión de que no hemos llegado al meollo del problema, nos mantenemos en los esquemas antiguos, sin atrevernos a hacer las reformas necesarias que están pidiendo las nuevas circunstancias. En lo substancial, en esta cuestión capital de la iniciación cristiana de niños, adolescentes y jóvenes, estamos procediendo como lo hacíamos cuando vivíamos en un régimen de cristiandad y podíamos contar con la docilidad y el interés de todas las familias de la comunidad. Pero hoy la situación es muy diferente, se parece más a la de la Iglesia en los siglos IV y V que a la de hace tan sólo cincuenta o cien años. No podemos seguir actuando como si siguiéramos viviendo en una sociedad homogéneamente cristiana»[14].

«Si nos situamos en una perspectiva evangelizadora, tendremos que revisar decididamente la manera actual de hacer las cosas»[15].

«Con frecuencia nos enredamos en discusiones interminables […]. Son discusiones secundarias que no entran en el verdadero problema. El problema real de las prácticas de la Iniciación cristiana, tal como ahora las estamos haciendo, consiste en preguntarnos si nuestros neófitos o nuestros catecúmenos viven o no, durante su proceso de iniciación, una verdadera conversión personal a la fe en Cristo, a la adoración y al amor de Dios sobre todas las cosas, a la caridad fraterna como norma fundamental de su comportamiento y de su vida moral. Ésa es la cuestión. Nadie puede considerarse del todo cristiano mientras no haya vivido personalmente una verdadera conversión. […] Para ser cristiano enteramente y vivir como tal hay que convertirse, cambiar de mente y de sentimientos, decidirse personalmente a aceptar a Jesucristo como Dios, como modelo de existencia, como referencia última y permanente de nuestra vida, según la tradición y las enseñanzas de la Iglesia»[16].

«¿Podemos conformarnos con unas catequesis que no son capaces de provocar la crisis de la conversión personal a la fe y a la vida cristiana? Éste es el verdadero problema»[17].

«La nueva evangelización en la que todo el Continente está comprometido, indica que la fe no puede darse por supuesta, sino que debe ser presentada explícitamente en toda su amplitud y riqueza. Éste es el objetivo principal de la catequesis, la cual, por su misma naturaleza, es una dimensión esencial de la nueva evangelización»[18].

Consecuentemente con este análisis, hemos de concluir que no habrá Nueva Evangelización si seguimos planteando nuestras catequesis como si nada hubiera cambiado, es decir, sin tener en cuenta, por ejemplo, que la realidad de los niños es muy diferente y distinta a la de hace tan solo un lustro, pues el entorno familiar se ha transformado enormemente, la problemática de la escuela y de educación ha evolucionado a pasos agigantados; los hábitos sociales, los modos de relacionarse los niños, son muy distintos a los de otros tiempos no muy lejanos, y los juegos, los entretenimientos, las actividades que llevan a cabo, etc., no son comparables siquiera a los de los niños de las últimas generaciones[19]. Y no digamos todo lo que tiene que ver con el mundo de los adolescentes y los jóvenes; la rápida evolución que ha conocido es vertiginosa[20]. Y, por último, el mundo de los adultos, tan condicionado por los enormes cambios del mundo laboral: la precariedad, la movilidad, la globalización, la deslocalización de las empresas; los gravísimos problemas financieros que están afectando tan seriamente a las economías domésticas; la realidad de inmigración con su problemática aneja que es el de la integración, etc. Sin olvidar el complejo mundo de la afectividad y la sexualidad que ha supuesto, en todos los sentidos, una auténtica revolución mundial[21].

Toda esta cambiante realidad ha de llevarnos a plantear seriamente cómo organizar mejor y de forma más adecuada el servicio catequético con que nuestras comunidades cristianas pretenden iniciar y educar en la fe a los niños, adolescentes, jóvenes y adultos de este momento que nos toca vivir[22]. Ignorarla, será el mayor error que podamos cometer.

La tentación, una vez más, puede consistir en caer en la falacia de que, como la fe que hemos de transmitir es la misma de siempre, pues habrá que seguir haciendo lo mismo de siempre. Los lineamenta presentados para el próximo Sínodo de los Obispos[23] rechazan de raíz tal actitud:

«Nueva evangelización es sinónimo de misión; exige la capacidad de partir nuevamente, de atravesar los confines, de ampliar los horizontes. La nueva evangelización es lo contrario a la autosuficiencia y al repliegue sobre sí mismo, a la mentalidad del status quo y a una concepción pastoral que considera suficiente continuar haciendo las cosas como siempre han sido hechas. Hoy el “business as usual” ya no es válido. Como algunas Iglesias locales se empeñaron en afirmar, es tiempo que la Iglesia llame a las propias comunidades cristianas a una conversión pastoral, en sentido misionero, de sus acciones y de sus estructuras» (Lineamenta, 10)[24].

 

¿Cuáles deben ser esos cambios o, mejor dicho, hacia dónde conviene que apunten?

Partimos del convencimiento de que nadie tiene la varita mágica que le permita adivinar y afirmar apodícticamente qué y cómo hay que hacer. Por ello, la primera tarea de la Iglesia, de las comunidades cristianas y de todos los bautizados, es la de ponernos a la escucha. Sí, hemos de escuchar lo que el Espíritu nos sugiere para este momento de la historia, y estamos convencidos, además, de que el Espíritu ya está hablando y suscitando caminos y realidades que responden a la necesidad de la Nueva Evangelización. Y lo que conviene es que los éxitos puntuales (si es que se nos admite hablar así) en una determinada acción pastoral o por parte de algún grupo, movimiento o realidad eclesial, a nadie le hagan creer que se ha dado con la clave definitiva y que lo único que ya toca hacer es reproducirla sin más; ni tampoco que los fracasos nos conduzcan a desechar precipitadamente posibilidades que requieren tiempo y paciencia, purificación y conversión, para que lleguen a dar fruto. En el terreno de la pastoral, todos lo sabemos bien, hemos de movernos con mucha prudencia y, en todo momento y circunstancia, hay que dejar a Dios ser Dios, pues a los cristianos nos toca tan solo sembrar, y, una vez sembrado, hay que confiar en que sea el dueño de la mies quien haga germinar y fructificar la semilla[25].

A este respecto me gustaría recordar un pasaje muy ilustrativo de la intervención del cardenal Ratzinger en el jubileo de las catequistas que decía así:

«Aquí se esconde una tentación: la tentación de la impaciencia, la tentación de buscar inmediatamente el gran éxito, de buscar los grandes números. Y este no es el método de Dios. Para el reino de Dios y, de esta manera, para la evangelización, instrumento y vehículo del reino de Dios, siempre es válida la parábola del grano de mostaza (cf. Mc 4, 31 – 32). El Reino de Dios siempre vuelve a comenzar bajo este signo. Nueva evangelización no podría significar: atraer inmediatamente con nuevos y más refinados métodos a las grandes masas alejadas de la Iglesia. No, no es esta la promesa de la nueva evangelización. Nueva evangelización quiere decir: no contentarse del hecho que del grano de mostaza ha crecido el gran árbol de la Iglesia universal, no pensar que basta el hecho de que en sus ramas puedan encontrar un lugar muy diferentes especies de pájaros, sino osar de nuevo con la humildad del pequeño grano dejando a Dios el cuándo y el cómo crecerá (cf. Mc 4, 26 – 29). Las grandes cosas empiezan siempre del pequeño grano y los movimientos de masa siempre son efímeros. […] Las fuentes están escondidas, son demasiado pequeñas. En otras palabras: las realidades grandes empiezan con humildad. […] Una verdad presente justamente en el actuar de Dios en la historia [es ésta]: “No te elegí porque eres grande, por el contrario, eres el más pequeño de los pueblos; te he elegido porque te amo…” dice Dios al pueblo de Israel en el Antiguo Testamento y expresa, de esta manera, la paradoja fundamental de la historia de la salvación. Ciertamente, Dios no cuenta con los grandes números; el poder exterior no es el signo de su presencia. Gran parte de las parábolas de Jesús indican esta estructura del actuar divino y responden así a las preocupaciones de los discípulos, los cuales se esperaban más bien, otros éxitos y signos del Mesías —éxitos similares a los ofrecidos por Satanás al Señor: Todo esto -—todos los reinos del mundo— te lo doy… (Mt 4, 9). En efecto, Pablo al final de su vida tuvo la impresión de haber llevado el Evangelio a los confines de la tierra, pero los cristianos eran pequeñas comunidades dispersas en el mundo, insignificantes según los criterios seculares. En realidad fueron la semilla que penetra desde el interior de la masa, portando en sí el futuro del mundo (Mt 13, 33). Un viejo proverbio dice “el éxito no es un nombre de Dios”. La nueva evangelización debe someterse al misterio del grano de mostaza y no pretender producir rápidamente el gran árbol. Nosotros, o vivimos demasiado con la seguridad del gran árbol ya existente o con la impaciencia de tener un árbol más grande, más vital —mas bien, debemos aceptar el misterio que la Iglesia es, al mismo tiempo, un gran árbol y un grano muy pequeño. En la historia de la salvación siempre es contemporáneamente Viernes Santo y Domingo de Pascua»[26].

Así pues, con paciencia, con la conciencia de ser el grano de mostaza llamado a fecundar toda la masa, sin buscar los éxitos como los busca el mundo, sin desanimarnos rápidamente por los fracasos, la Iglesia tiene que estar siempre dispuesta a escuchar lo que el Espíritu le sugiere, y ha de ir haciendo el esfuerzo de que, con su reflexión serena, con los discernimientos oportunos, escuchando a unos y otros, sopesando pros y contras de lo que las diferentes experiencias existentes aportan, ir indicando los caminos y las formas concretas en las que el Espíritu se encarna y nos conduce en esta hora de la Nueva Evangelización.

La instauración del catecumenado

Entre esos caminos y realidades en los que podemos ir descubriendo la presencia del Espíritu, singularmente en lo que atañe a la catequesis, está, sin duda alguna, el del Catecumenado:

  • El concilio Vaticano II ya lo propuso como «el noviciado debidamente prolongado de toda la vida cristiana, en que los discípulos se unen a Cristo, su Maestro» (AG 14).
  • Pablo VI recordó que «sin que se descuide en manera alguna la formación de los niños» […], «en las actuales condiciones se hace cada vez más urgente la enseñanza catequética bajo la modalidad de un catecumenado» (EN 44).
  • Juan Pablo II, dirigiéndose a los obispos, les habló de que «en las circunstancias actuales de la Iglesia y del mundo, tanto en las Iglesias jóvenes como en los países donde el cristianismo se ha establecido desde siglos, resulta providencial la recuperación, sobre todo para los adultos, de la gran tradición de la disciplina sobre la iniciación cristiana»[27]. Y les exhortaba, por ello, «a poner en práctica las prescripciones del Rito de la Iniciación Cristiana de Adultos»[28]. Asimismo, en reiteradas ocasiones, habló de la necesidad de impulsar «una catequesis posbautismal, a modo de catecumenado, que vuelva a proponer algunos elementos del Ritual de Iniciación Cristiana de Adultos, destinados a hacer captar y vivir las inmensas riquezas del bautismo recibido»[29].
  • El Catecismo de la Iglesia Católica defiende la necesidad de la catequesis posbautismal, no solo porque el niño ha de ser instruido en la fe que padres y padrinos han profesado en su nombre, sino por la necesidad de «desarrollar la gracia bautismal en el crecimiento de la persona» (CCE 1231).
  • Por último, el Directorio General para la Catequesis dice que «el catecumenado bautismal, que es formación específica que conduce al adulto convertido a la profesión de su fe bautismal en la noche pascual, es el modelo de toda catequesis» (DGC 59) y que «ha de inspirar a las demás formas» (DGC 68)[30]. Lo llama también «lugar típico de catequización, institucionalizado por la Iglesia para preparar a los adultos que desean ser cristianos a recibir los sacramentos de la iniciación» (DGC 256). Del catecumenado se espera que sea «foco fundamental de incremento de la catolicidad y fermento de renovación eclesial» (DGC 78).

Por todo ello, son muchos los pastores de la Iglesia que indican al catecumenado como el eje que necesariamente ha de articular la catequesis en este contexto de la Nueva Evangelización[31]. Aunque, por desgracia, como constata el propio Fernando Sebastián, «falta la decisión de cada obispo de tomar en serio lo que estamos diciendo, teniendo en cuenta la realidad de nuestra sociedad, la verdadera situación espiritual de muchos bautizados»[32].

Necesidad de comunidades cristianas evangelizadas y evangelizadoras

La institución del Catecumenado no es un hongo que aparezca por generación espontánea en la vida de la Iglesia, necesita de un humus y de una atmósfera vital en los que nacer, crecer y desarrollarse, y este es la comunidad cristiana (cf. DGC 253-254)[33].

La comunidad cristiana fue definida en el concilio Vaticano II como «signo de la presencia de Dios en el mundo» (AG 15). De ahí que, como decía Pablo VI, la vida y el testimonio de cada una de las comunidades cristianas, «es un elemento esencial, en general, el primero absolutamente en la evangelización» (EN 21). Por eso, «nunca puede(n) estar encerrada(s) en sí misma(s)» (EN 15), al contrario, «han de manifestar su capacidad de comprensión y de aceptación, su comunidad de vida y de destino con los demás, su solidaridad en los esfuerzos de todos en cuanto existe de noble y de bueno. Personas que irradian de manera sencilla y espontánea su fe en los valores que van más allá de los valores corrientes, y su esperanza en algo que no se ve ni osarían soñar. A través de este testimonio sin palabras, estos cristianos hacen plantearse a quienes contemplan su vida interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira? ¿Por qué están con nosotros? Pues bien, este testimonio constituye ya de por sí una proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz, de la Buena Nueva. Hay en ello un gesto inicial de evangelización» (EN 21).

El Directorio General para la Catequesis traduce y resume todo ello diciendo que «la comunidad cristiana es en sí misma catequesis viviente», más aún «el espacio vital indispensable y primario de la catequesis» (DGC 141).

En otras palabras, no habrá evangelización, ni catequesis evangelizadora, si no hay comunidades cristianas evangelizadas, comunidades en línea con lo que el libro de los Hechos de los Apóstoles nos describe (cf. Hch 2,44-47; 4,32-35). Comunidades, como decía Juan Pablo II, «formadas y que viven en Cristo, en la escucha de la Palabra de Dios, en la oración centrada en la Eucaristía, en la comunión expresada en la unión de corazones y espíritus, así como en el compartir según las necesidades de los miembros». Comunidades «unidas a la Iglesia particular y universal, en sincera comunión con los Pastores y el Magisterio, comprometidas en la irradiación misionera y evitando toda forma de cerrazón y de instrumentalización ideológica»[34].

Sin embargo, por desgracia, podemos constatar que, no obstante la «frescura y las energías» de algunos «grupos y movimientos eclesiales», nuestras comunidades, por lo general, «están afectadas, en buena medida, por el clima cultural y la situación de cansancio, lo que hace que sus capacidades para anunciar, trasmitir y educar en la fe sean escasas o muy débiles»[35].

Así pues, ha llegado el momento de exigir a las comunidades e Iglesias locales «un renovado impulso, un nuevo acto de confianza en el Espíritu que las guía, para que vuelvan a asumir con alegría y fervor la misión fundamental para la cual Jesús envía a sus discípulos: el anuncio del Evangelio, la predicación del Reino»[36]. Más aún, «la nueva evangelización es una invitación a las comunidades cristianas para que depositen mayormente la confianza en el Espíritu, que las guía en la historia. Así serán capaces de vencer los miedos que experimentan, y lograrán ver con mayor lucidez los lugares y los senderos a través de los cuales colocar la cuestión de Dios en el centro de la vida de los hombres de hoy»[37].

Don Fernando Sebastián, en su libro Evangelizar, hace propuestas muy concretas sobre cómo proceder al respecto:

«Este propósito evangelizador tiene que ser un compromiso eclesial, en el que esté empeñada la entera Iglesia local. No puede ser una aventura individual de nadie. […] Todos pueden ayudar y deben colaborar […] en la búsqueda de los medios mejores para llevarlo a cabo, pero debe quedar claro que una pastoral evangelizadora, para ser eficaz, tiene que estar asumida, orientada y alentada por el obispo diocesano»[38].

«La nueva evangelización tiene que hacerse como se hizo la primera, desde centros eclesiales de intensa vida espiritual, enraizados vitalmente en la carne de la sociedad en que viven. Estos centros en Europa y en la España del medioevo fueron en buena parte los monasterios. Ahora tendrían que ser las parroquias, las comunidades cristianas y religiosas, algunos monasterios, los movimientos y asociaciones cristianas. Todos tendríamos que cambiar para que aparecieran estos centros misioneros»[39].

Los catequistas de la Nueva Evangelización

La catequesis para la Nueva Evangelización, además de tener su eje y su cimiento fundamental en el Catecumenado, además del necesario humus y atmósfera eclesial que necesita, se ha de llevar a cabo por medio de nuevos catequistas. ¿Y cómo nos dice la Iglesia que han ser?

  • Ante todo debe ser un creyente que «conoce a Dios y le trata familiarmente» (cf. EN 76).
  • Alguien que vive la comunión íntima con Cristo[40] y tiene «un conocimiento amoroso de Él tal que le brota el deseo de anunciarlo, de evangelizar y de llevar a otros al “sí” de la fe en Jesucristo» (CCE 429)[41].
  • Alguien a quien le mueve la caridad apostólica del mismo Cristo y le mueve «el celo por las almas»[42].
  • Alguien que posee el culto a la verdad, la verdad revelada que es el mismo Dios (cf. EN 78).
  • Es alguien que ama a la Iglesia[43] y, como miembro de la Iglesia, se siente llamado por ella[44] a transmitir la fe a aquellos que se han sentido atraídos por Cristo y por el evangelio, de manera que puedan profesar la fe de forma consciente y plena, celebrar los misterios de la fe activa y fructuosamente, vivir conforme a la Verdad en la que han creído y orar tal y como Jesús enseñó a sus discípulos.
  • Es alguien que trata de vivir coherentemente con la fe que transmite, y, por eso, antes que maestro, trata de ser testigo de aquello que anuncia (cf. DGC 159.237.246); consciente, como decía Pablo VI, de que «el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio» (EN 41).
  • Es alguien que, aprendiendo de Jesús y de su modo de hablar sobre el Reino de los cielos (cf. DGC 140), trata de «comunicar[45] del modo más apropiado la fe a los hombres de nuestra época» (DGC 135)[46] y utiliza «los recursos propios de la comunicación interpersonal como la palabra, el silencio, la metáfora, la imagen, el ejemplo y otros tantos signos» (DGC 140). Tarea constante del catequista y de la catequesis es la de encontrar «un lenguaje capaz de comunicar la Palabra de Dios y el Credo de la Iglesia, que es el desarrollo de esa Palabra, adaptados a las distintas condiciones de los oyentes […] comunicar en su totalidad la Palabra de Dios en el corazón mismo de la existencia de las personas» (DGC 146).
  • Es alguien «capaz de comunicar a los demás los frutos de su fe madura y de alentar con inteligencia la búsqueda común» (DGC 159).
  • Es alguien que sabe que «la comunicación de la fe en la catequesis es un acontecimiento de gracia, realizado por el encuentro de la Palabra de Dios con la experiencia de la persona, que se expresa a través de signos sensibles y finalmente abre al misterio. Algo que puede acontecer por diversas vías que no siempre conocemos del todo» (DGC 150)[47]. Por eso sabe que, aunque los métodos sean muy importantes en la catequesis, nunca lo serán todo.
  • «Es intrínsecamente un mediador que facilita la comunicación entre las personas y el misterio de Dios, así como la de los hombres entre sí y con la comunidad» (DGC 156).
  • Es alguien en camino, es decir alguien que, como Jesús, su Maestro, «crece continuamente en sabiduría, edad y gracia ante Dios y los hombres» (Lc 2,52)[48] y quiere llegar «al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo» (Ef 4,13). «Sabe que no puede ser maestro y pedagogo de la fe de otros, sino es discípulo convencido y fiel de Cristo en su Iglesia» (DGC 142)[49].
  • Es alguien que, en su modo de proceder en la catequesis, se deja conducir por «un amor fraternal siempre creciente hacia aquellos a los que evangeliza. […] El amor de un padre; más aún, el de una madre que se manifiesta en el respeto a la situación religiosa y espiritual de la persona a la que se evangeliza. Respeto a su ritmo, que no se puede forzar demasiado. Respeto a su conciencia y a sus convicciones, que no hay que atropellar. Y que se esfuerza para transmitir certezas sólidas basadas en la palabra de Dios, y no dudas o incertidumbres nacidas de una erudición mal asimilada» (EN 79).
  • Es alguien que trata de aprender continuamente de la condescendencia divina para con los hombres (cf. DGC 146). Observa y está atento (cf. DGC 183), escucha (cf. DGC 204), trata de comprender (cf. GS 62[50]), tiene paciencia y confianza en Dios (cf. DGC 289), sabe educar y corregir prudentemente cuando es oportuno (cf. DGC 118), no duda en alentar cuando alguien lo necesita, es capaz de empatizar con sus catecúmenos y catequizandos, a los que trata de amar con el corazón del Buen Pastor, a quien el catequista representa en la catequesis[51]. No hace acepción de personas. No se desalienta con los fracasos y no se engríe cuando las cosas parecen ir bien.
  • Es alguien que cuida la relación con cada uno de sus catecúmenos o catequizandos, «relación que se nutre de ardor educativo, de aguda creatividad, de adaptación, así como de respeto máximo a la libertad y a la maduración de las personas» (DGC 156).
  • Es alguien que sabe trabajar en grupo y es capaz de conducir básicamente un grupo humano hacia la madurez (cf. DGC 159 y 244) y de animarlo sabiendo utilizar las técnicas de animación grupal (cf. DGC 245). El catequista ha de saber «participar en la vida del grupo y advertir y valorar su dinámica» (DGC 160).
  • Es alguien capaz de «animar eficazmente un itinerario catequético en el que, mediante las necesarias etapas: anuncie a Jesucristo; dé a conocer su vida, enmarcándola en el conjunto de la Historia de la salvación; explique su misterio de Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros; y ayude, finalmente, al catecúmeno o al catequizando a identificarse con Jesucristo en los sacramentos de iniciación» (DGC 235).

Vistas todas estas características, y más que se podrían enumerar, no me resisto a hacerme eco de unos lamentos que hace don Fernando Sebastián, citando a su vez al cardenal Kaspers a propósito de la escasa preocupación que a veces sienten obispos y párrocos por la formación y preparación de sus catequistas:

«Valen para España las consideraciones, sensatas y llenas de realismo, que hace el cardenal Kasper hablando de lo que ocurre en Alemania: […] con frecuencia confiamos esta tarea a unos catequistas con muy buena voluntad, pero poco preparados, “que tienen en su mente más preguntas que respuestas”. Con noble sinceridad reconoce el cardenal que cuando manifestó estas preocupaciones a sus colegas, sus observaciones no fueron escuchadas con demasiada satisfacción»[52].

Los métodos y los itinerarios adecuados a la Nueva Evangelización

Por último, no me queda sino señalar la necesidad de que la catequesis tenga los métodos adecuados y ofrezca los itinerarios verdaderamente aptos para la Nueva Evangelización, ya que ésta plantea a las comunidades «la obligación de discernir, y después adoptar, nuevos estilos de acción pastoral»[53].

La razón de ello nos la daba ya hace muchos años el papa Pablo VI al afirmar que el evangelizador debe tener la preocupación de «buscar por todos los medios el modo de llevar al hombre moderno el mensaje cristiano, en el cual únicamente podrá hallar la respuesta a sus interrogantes y la fuerza para su empeño de solidaridad humana» (EN 3).

Los lineamenta para el Sínodo de los Obispos hablan de «métodos basados en la experiencia que implican a la persona»; «métodos plurales[54] que activen en modo diferenciado las facultades del individuo, su integración en un grupo social, sus actitudes, sus inquietudes y búsquedas»; métodos que «asuman la inculturación como instrumento propio»; métodos que tomen muy en serio el criterio «de la fidelidad a Dios y al hombre en una única actitud de amor»[55].

Por mi parte, me parece importante añadir este otro criterio que daba igualmente Pablo VI:

«Los métodos deberán ser adaptados a la edad, a la cultura, a la capacidad de las personas, tratando de fijar siempre en la memoria, en la inteligencia y en el corazón las verdades esenciales que deberán impregnar la vida entera» (EN 44).

Porque lo importante de los métodos, e igualmente de los itinerarios, es el fin al que sirven. Y, cuando se trata de la tarea de la evangelización, lo importante, como también decía el papa Montini es que:

«El mensaje evangélico llegue, a través de los medios, a las muchedumbres, pero con capacidad para penetrar en las conciencias, para posarse en el corazón de cada hombre en particular, con todo lo que éste tiene de singular y personal, y con capacidad para suscitar en favor suyo una adhesión y un compromiso verdaderamente personal» (EN 45).

Para ello, lo realmente necesario es que la catequesis, como ya hemos señalado al tocar el punto sobre el Catecumenado, tenga una verdadera inspiración catecumenal, o sea, que sirva para asegurar una verdadera Iniciación cristiana para catecúmenos y catequizandos (cf. DGC 63-68, 77-91).

Es asimismo necesario trabajar para que la catequesis esté bien organizada (DGC 265). Para ello cada Iglesia ha de ofrecer y organizar la catequesis como «un servicio único» (DGC 219) y dentro de un «proyecto articulado y coherente» (DGC 274). Por medio de dicho «proyecto», habrá que procurar que los itinerarios de Iniciación cristiana tanto para niños, adolescentes, jóvenes, adultos o ancianos sean completos[56], estén bien estructurados de acuerdo con el principio de la gradualidad, que es propio de la catequesis de Iniciación (cf. DGC 88 y 89)[57], y que estén asimismo bien coordinados entre sí (cf. DGC 58). Y «junto a esta oferta absolutamente imprescindible, de procesos de iniciación, la Iglesia debe ofrecer también procesos diferenciados de catequesis permanente para cristianos adultos» (DGC 274)[58].

Conclusión

He partido del supuesto de que, ante el reto de la Nueva Evangelización que se le plantea a la Iglesia de comienzos del siglo XXI, nadie tiene la varita mágica ni la pócima que nos ofrezca un remedio universal para saber qué y cómo hacer.

En este artículo simplemente he tratado de ofrecer algunos de los criterios que, según mi modesto entender, pueden ser más relevantes dentro del conjunto del magisterio de la Iglesia, para orientar una tarea tan importante —aunque no la única— dentro del proceso de la evangelización como es la catequesis.

Partiendo de estos criterios, serán múltiples y muy variadas las diferentes formas como cada Iglesia particular podrá articular su propuesta catequética. Pero, de lo que estoy igualmente convencido es que, sin estos mimbres, sin asegurar estos criterios, cualquier modo que se tenga de organizar la catequesis no estará de verdad en línea con el espíritu de la Nueva Evangelización.

En cualquier caso, lo que de veras es importante e irrenunciable es que la nueva situación que estamos viviendo lleve a cada una de las iglesias particulares a plantearse muy seriamente, por un lado, la necesidad de un cambio de mentalidad, o sea, a tomar muy en serio el cambio social que se ha producido y que se sigue produciendo entre nosotros, y, por otro, plantearse igualmente la necesidad de un cambio profundo en el modo de organizar hoy la catequesis. Está claro que no podemos seguir haciendo lo mismo, como si nada hubiera cambiado, como si nada hubiera pasado, si queremos responder y acoger lo que el Espíritu pide hoy a la Iglesia en fidelidad al mandato que ha recibido del Señor, y que no es otro sino el de evangelizar.

Artículo publicado en Juan Carlos Carvajal Blanco y Ángel Castaño Félix (Editores), Id y haced

discípulos… (Mt 28,19). Al servicio de la fe. Homenaje a don Manuel del Campo Gilarte, Universidad San

Dámaso, Madrid 2012, pp. 51-72.

 

[1]           Artículo publicado en Juan Carlos Carvajal Blanco y Ángel Castaño Félix (Editores), Id y haced

discípulos… (Mt 28,19). Al servicio de la fe. Homenaje a don Manuel del Campo Gilarte, Universidad San Dámaso, Madrid 2012, pp. 51-72.

[2]           Cf. Benedicto XVI, Carta apostólica en forma de motu proprio Ubicumque et semper, Castelgandolfo,

21 de septiembre de 2010. Cito según el texto que aparece en la página web del Vaticano.

[3]           Cf. Benedicto XVI, Carta apostólica en forma de motu proprio Porta fidei, Roma, 11 de octubre de

  1. Cito según el texto que aparece en la página web del Vaticano.

[4]           Ubicumque et semper, segundo párrafo.

[5]           Íbidem.

[6]           Íbid., tercer párrafo.

[7]           «Para el creyente, en singular, lo mismo que para toda la Iglesia, la causa misionera debe ser la primera,

porque concierne al destino eterno de los hombres y responde al designio misterioso y misericordioso

de Dios», Juan Pablo II, Redemptoris missio, 86.

[8]           «La esperanza cristiana nos sostiene en nuestro compromiso a fondo para la nueva evangelización y

para la misión universal», Juan Pablo II, Redemptoris missio, 86.

[9]           Juan Pablo II, Homilía en el comienzo de su pontificado, 22 de octubre 1978: AAS 70 [1978] 945-947.

Y continuaba diciendo: «Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura. de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce “lo que hay dentro del hombre”. ¡Sólo Él lo conoce! Con frecuencia el hombre actual no sabe lo que lleva dentro, en lo profundo de su ánimo, de su corazón. Muchas veces se siente inseguro sobre el sentido de su vida en este mundo. Se siente invadido por la duda que se transforma en desesperación. Permitid, pues, —os lo ruego, os lo imploro con humildad y con confianza— permitid que Cristo hable al hombre. ¡Sólo Él tiene palabras de vida, sí, de vida eterna!»

[10]          Benedicto XVI, Carta encíclica Spe salvi, 30 de noviembre de 2007.

[11]          Decía Pablo VI que «la Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir» y añadía que

«antes de convertirlo, más aún, para poder convertirlo, el mundo necesita que nos acerquemos a él y que le hablemos», Ecclesiam suam 27.

[12]          http://www.clerus.org/clerus/dati/2000-12/19-999999/10SP.html

[13]          Fernando Sebastián Aguilar, Evangelizar, Ediciones Encuentro, Madrid 22010.

[14]          Íbidem, 295-296.

[15]          Íbidem, 296.

[16]          Evangelizar, 297.

[17]          Íbidem, 298.

[18]          Íbidem, 300.

[19]          Cf. Pau Marí-Klose-Marga Marí Klose-Elizabeth Vaquera et alii, Infancia y futuro. Nuevas

realidades, nuevos retos, Obra Social Fundación Caixa, Barcelona 2010. En concreto es muy interesante el capítulo V, titulado “Usos del tiempo libre”, pp. 119 a 137, que es verdaderamente revelador y que da mucho que pensar.

[20]          Cf. Juan González-Anleo y Pedro González Blasco (dirs. y coords.), Jóvenes 2010, Fundación

SM, Madrid 2010; singularmente al apartado en el que se estudian las creencias de religiosas de los jóvenes, elaborado por Maite Valls Iparraguire, pp. 177 a 228.

[21]          Cf. Fundación Encuentro y Centro de Estudios Científicos, Informe España 2011, Madrid 2011.

[22]          «La Iglesia particular, al tratar de organizar la acción catequética, debe partir de un análisis de la

situación» DGC 279.

[23]          http://www.vatican.va/roman_curia/synod/documents/rc_synod_doc_20110202_lineamenta-xiii-

assembly_sp.html#_ftnref32.

[24]          Que cita a la V Conferencia General del Episcopado Latino Americano y del Caribe (Aparecida, 13-31

de mayo de 2007).

[25]

[26]        http://www.clerus.org/clerus/dati/2000-12/19-999999/10SP.html.

[27] Pastores gregis, 38.

[28] Íbidem.

[29] Christifideles laici, 61.

[30] «El modelo inspirador de la acción catequizadora de la Iglesia» (DGC 90). «Fuente de inspiración para la catequesis posbautismal» […], que «hará bien en inspirarse en esta “escuela preparatoria de la vida cristiana”, dejándose fecundar por sus principales elementos configuradores» (DGC 91).

[31] Baste, como ejemplo, los decretos de instauración del Catecumenado de las diferentes diócesis españolas que ya han dado ese paso: Barcelona, Mallorca y Tortosa en el año 2002; León, Valencia, Tarragona, Urgell y Girona, en el 2004; Getafe, San Feliu de Llobregat y Tarrasa, en el 205; Sevilla, Valladolid, Alcalá, Vic, Menorca y Burgos, en el 2006; Solsona y Pamplona, en el 2007; Santander en el 2008.

[32] Íbidem, 306.

[33] Me permito remitir a un artículo mío: Carlos Aguilar Grande, «El servicio y el proyecto diocesano de catequesis» en: Juan Carlos Carvajal Blanco (dir.), La pedagogía de la fe, Facultad de Teología San Dámaso, Madrid 2009, en concreto las páginas 318 a 322.

[34] Redemptoris missio, 51.

[35] Lineamenta, 15.

[36] Íbidem, 16.

[37] Íbidem, 19.

[38] Evangelizar, 284-285.

[39] Íbidem.

[40] Cf. Redemptoris missio, 88.

[41] Citado por el DGC 231.

[42] Cf. Redemptoris missio, 89.

[43] «Este amor, para el [catequista] es un punto de referencia. Sólo un amor profundo por la Iglesia puede sostener el celo del [catequista]», Íbidem, 89. Hago notar que, con toda intención (pienso que justificada), he sustituido el término “misionero” por el de “catequista”.

[44] Nadie puede ser catequista «a título privado o por iniciativa puramente personal» El catequista «actúa en nombre de la Iglesia y en virtud de la misión confiada por ella» (DGC 219 b). Cf. EN 60. «Es en [la comunidad cristiana] donde el catequista experimenta su vocación y donde alimenta constantemente su sentido apostólico» (DGC 246).

[45] El Directorio General para la Catequesis deja claro que «la catequesis es un acto de comunicación» (DGC 238) y por eso «el catequista ha de ser lo más apto posible para realizarlo» (DGC 235).

[46] Que cita a su vez la GS 62 b.

[47] «El catequista no debe olvidar que la adhesión de fe de los catequizandos es fruto de la gracia y la libertad, y por eso procura que su actividad catequética esté siempre sostenida por la fe en el Espíritu Santo y por la oración» (DGC 156).

[48] Citado en DGC 142.

[49] O como dicen los Lineamenta: «Puede evangelizar solo quien a su vez se ha dejado y se deja evangelizar, quien es capaz de dejarse renovar espiritualmente por el encuentro y por la comunión vivida con Jesucristo» (nº 22).

[50] Citado por DGC 243 d.

[51] Parafraseando lo que decía Juan Pablo II sobre el misionero, podemos decir otro tanto sobre el catequista: «se inspira en la caridad misma de Cristo, que está hecha de atención, ternura, compasión, acogida, disponibilidad, interés por los problemas de la gente», Redemptoris missio, 89.

[52] Evangelizar, 296-297.

[53] Lineamenta, 18.

[54] El Directorio General para la Catequesis recuerda que «la Iglesia no tiene de por sí un método propio ni único, asume con libertad de espíritu todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio» (DGC 148).

[55] Lineamenta, 14.

[56] Es decir, que sigan el paradigma y estén inspirados en el catecumenado bautismal de adultos (DGC 68, 90), entendido como «proceso formativo y verdadera escuela de fe» (DGC 91).

[57] O sea, que se distingan bien las cuatro etapas: precatecumenado, catecumenado, purificación-iluminación y mistagogia. «Etapas llenas de la sabiduría de la gran tradición catecumenal» y que debe seguir «siendo foco de luz para el catecumenado actual y para la misma catequesis de Iniciación» (DGC 89).

[58] Aunque «el hecho de ofrecer diferentes procesos de catequesis en un único Proyecto no quiere decir que el mismo destinatario haya de recorrerlos uno tras otro» (DGC 275).

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